Marina (pintura)

Barcos y embarcaciones se han representado en el arte desde la antigüedad, pero la marina sólo comenzó a convertirse en un género, con artistas especializados, hacia el final de la Edad Media.

Rusia y Estados Unidos generaron importantes escuelas paisajistas con especial desarrollo de los temas del mar.

[1]​ En el gran mercado del arte, la pintura tradicional de marinas ha seguido las pautas y convenciones holandesas hasta la actualidad.

El siguiente ejemplo lo proporcionará Giotto, a quien se atribuye el enorme mosaico de Navicella —navicella, «barco pequeño»— datado entre 1305-1313.

[nota 2]​ Ya en el siglo XVI, dos fundadores del imperio flamenco del paisaje, Pieter Bruegel el Viejo y Joachim Patinir dejaron algo más que la semilla de un género que continuarían en Flandes maestros como Andries van Eertvelt o Bonaventura Peeters y acabaría identificándose con la pintura holandesa.

Vroom, el primer especialista del género, hasta Salomon van Ruysdael, pasando por el mismísimo Rembrandt, la lista es considerable.

El ritual incluía como espectáculo culminante el paseo del Dux por la laguna en una nave especial, la «bucina d'oro» (Bucentoro o Bucintoro).

[3]​ Los ejemplos más conocidos se encuentran en la obra de Caspar David Friedrich: Monje junto al mar (hacia 1808), En el velero (1819) o Acantilados blancos en Rügen (1818).

El hecho de que la humanidad haya practicado la guerra en el mar desde hace, por lo menos, 3000 años hasta el momento presente (desde el I milenio a. C.) ha tenido su inevitable reflejo en las artes pictóricas.

No resultaría exagerado asegurar que todos los museos del mundo pueden aportar sus más o menos brillantes ejemplos: batallas, naufragios, abordajes, piratas y heroicos navíos.

La guerra naval tuvo su correspondiente reflejo artístico, sin eclipsar por ello la tradición filosófica china en la pintura de paisajes, menos beligerante.

Piratas, sus buques, batallas, abordajes, asaltos y demás episodios histórico-mítico-literarios tienen también su espacio, considerable, entre las representaciones en grabado, acuarela, dibujo, ilustración o gran óleo sobre lienzo.

La interpretación pictórica que del mar hicieron los pintores europeos del XVII acabaría por resultarle esclarecedora a los pintores japoneses de la primera mitad del siglo XIX; no en vano su país forma parte de la cultura acuática a todos los niveles, desde el económico al mítico más ancestral, con dioses-dragones que se manifiestan como serpientes marinas impregnándolo todo, desde su folclore a su filosofía.

El buque insignia Christianus Qvintus en la batalla de la bahía de Køge, el 1 de julio 1677 . Uno de los últimos óleos del pintor danés Christian Mølsted (1862-1930).
Torre de Martello en la costa de Leith en Edimburgo (1896), de Hermann Eschke , colección privada
El dux en el Bucintoro se dirige a San Nicolò di Lido , (1766), Francesco Guardi , Museo del Louvre .
Joaquín Sorolla, Las tres velas (1903). [ 8 ]
Ilustración de Gustave Doré para el Orlando furioso de Ariosto.
El holandés errante , mito y leyenda del barco que no pudo regresar a puerto, pintado por George Grie .
La gran ola de Kanagawa , es la obra más conocida de Hokusai y la primera de su famosa serie Treinta y seis vistas del monte Fuji . Esta estampa representa una tempestad en alta mar en el momento que la cresta de una ola está a punto de romper sobre la barca de unos pescadores. Al fondo se ve el monte Fuji. [ 11 ]