La arquitectura gótica sustituyó los muros por ventanales, lo que dificultó seguir pintando murales en las paredes de las iglesias, como se hizo en el románico.
La pintura gótica se fue desplazando hacia los retablos, pintándose en madera al temple, esto es, usando huevo o cola como aglutinante.
Se desarrolló a lo largos de los siglos XIV y XV.
Es una pintura de tendencia dibujística; se concede especial importancia a las líneas del dibujo.
Cabe citar, en primer lugar, los frontales catalanes y aragoneses que siguen las estructuras románicas, pero con técnicas e iconografía gótico lineales, como el frontal de Valltarga, y el de Aviá.
Igualmente, se pinta sobre los techos, como puede verse en la Catedral de Teruel, atribuida a Domingo Peñaflor.
En la primera mitad del siglo XV nace en el centro de Europa, al fundirse la influencia italiana (estilización de las figuras, melancolía, aspectos iconográficos) con la francesa (tendencia a lo caligráfico, sentido caballeresco).
En España, se desarrolla en particular en la Corona de Aragón, habiendo diversas escuelas regionales.
Sus autores principales son Lorenzo Zaragoza, el Maestro de Villahermosa, Miquel Alcanyís, Marzal de Sax, Gonçal Peris y su discípulo Jaume Mateu, así como Pere Nicolau y su discípulo Antoni Peris.
En Cataluña destacan Luis Borrassá y Bernardo Martorell al que siguen Ramón de Mur o Pere Lembrí activo en las comarcas de Tortosa y el Maestrazgo.
En Aragón trabajaron Pedro Zuera, Maestro de Arguís y Juan Leví.
Su principal característica es el uso del aceite como aglutinante, técnica al óleo que tiene unas consecuencias estéticas: mayor viveza de colores, la superposición (veladura) permite una mayor variedad de tonos, más minuciosidad y detallismo.
En consecuencia, se refleja el ambiente con mayor realismo (en los rostros, los ropajes, las cosas, plantas, animales, paisajes) no exento, sin embargo, de simbolismo.