Durante siglos, la región occidental llevó la supremacía, hasta que nuevos cambios climáticos hacia 7000 a. C. o 6000 a. C. le dieron el predominio a Mesopotamia.
Sin embargo, la hegemonía acadia era inestable porque los sumerios mantuvieron durante mucho tiempo su orgullo racial, y múltiples veces se rebelaron.
Para complicar más las cosas, la irrupción de numerosos pueblos nómades ayudó a crear nuevos imperios y reinos.
Otro pueblo, los hicsos, siguieron sus correrías más allá de Canaán e ingresaron al Valle del Nilo.
Por lo que en el s. XIV a. C. fueron los egipcios y los hititas quienes chocaron, ahora por la hegemonía sobre los derruidos dominios de Mitanni.
Los babilonios tomaron la ciudad de Nínive, capital asiria, el año 612 a. C., y la saquearon con tanta saña que literalmente la borraron del mapa.
Los caldeos, y en particular su rey Nabucodonosor II, se gastaron en guerras tratando de dominar el occidente del Creciente Fértil, que había ganado cierta autonomía después del desplome asirio, sin percatarse de que en el este crecía la amenaza persa.
La descripción de las costumbres y enseñanzas persas pueden encontrarse en la Ciropedia, obra del historiador griego Jenofonte.
Bajo los sucesores de Darío I, el Imperio persa decayó lentamente, hasta su conquista por Alejandro Magno.
Sus primeros apóstoles se dirigieron preferentemente al mundo judío, pero Pablo de Tarso cambió su orientación para evangelizar a los gentiles.
Esto creó una grieta visible durante varios siglos en el cristianismo, entre sus regiones occidentales, más helenizantes (variantes del catolicismo, donatismo, marcionismo, etcétera), y sus regiones orientales, más judaizantes (variantes del arrianismo, nestorianismo, monofisismo, etcétera).
En la práctica, durante los dos siglos posteriores a esta división, el Oriente Próximo controlado por el Imperio romano de Oriente no sufrió grandes cambios sociales, o al menos, estos no alcanzaron la intensidad del s. VII d. C., después de la conquista islámica.
Viéndose obligado a refugiarse en la ciudad de Medina en 622 (evento llamado la "Héjira", y que marca el comienzo del calendario musulmán), conquistó más tarde La Meca.
Bajo los omeyas, los antiguos conquistadores árabes se transformaron en administradores de un vasto imperio que iba desde España a la India.
Los antiguos campamentos militares árabes de ocupación en los territorios sometidos, se transformaron en verdaderas ciudades, y la población local fue reclutada para la administración del Estado.
Por otra parte, experimentaron un gran desarrollo las ciencias, la teología y la filosofía, enriqueciendo el legado cultural griego con aportes propios.
Solo el surgimiento del contemporáneo Imperio safávida pudo contener su avance por los contrafuertes montañosos de Persia.
Ambos inauguraron entonces una tensa convivencia política, que marcaría el equilibrio internacional en la región durante dos siglos completos.
En ambos casos, dos potencias con base en Persia y Anatolia respectivamente, se disputaban el control de Mesopotamia.
Incluso el visir otomano no era más que un esclavo del sultán, y este podía incluso mandar matarlo sin contemplaciones.
Ahora los europeos ya no solo utilizaban al Oriente Próximo como una sección del tablero político internacional, sino que intervenían directamente en él.
En la península arábiga, por su parte, la Casa de Saúd consiguió la unificación de casi todos los territorios (salvo por algunos emiratos periféricos que sobreviven hasta el siglo XXI), y en 1932 pasó a formarse oficialmente Arabia Saudita, desarrollando una política amistosa hacia los intereses petroleros occidentales, en particular con ARAMCO.
Aunque jurídicamente estos territorios fueran mandatos, en la práctica implicaba concederle a Inglaterra y Francia el protectorado de dichas regiones.
Tanto en Jordania como en Irak se crearon sendas monarquías, a cargo de dos hijos de Hussein, buscando aquietarle para que no promoviera nuevas rebeliones contra los británicos y los franceses, así como las había promovido contra los otomanos durante la Primera Guerra Mundial.
Este derrocó a la monarquía en 1952, y aunque apoyado inicialmente por Estados Unidos, se distanció cuando propugnó, en particular durante la Conferencia de Yakarta (1955), que las naciones del Tercer Mundo debían seguir su propio camino.
La reacción nacionalista vino ahora de parte del sector chiita más radical, que guiado por el ayatolá Rumolah Jomeini, derrocó al Shah, lo obligó a exiliarse, y asumió el poder bajo la forma de una teocracia fundamentalista, y duramente antioccidental.
En respuesta, Estados Unidos financió a Sadam Huseín para que librara, entre 1980 y 1988, una guerra contra Irán.
La llamada guerra Irán-Irak terminó finalmente sin haber alterado sensiblemente el equilibrio de la región.
Aunque en lo sucesivo la OPEP terminaría entendiéndose a medias con Occidente, la idea del resurgimiento islámico había quedado lanzada.
A la fecha, por tanto, las regiones de Oriente Próximo y Oriente Medio son mayoritariamente islámicas, con naciones independientes que en muchos casos presentan una estructura política enormemente simplificada, siendo gobernadas como monarquías más o menos absolutas que obtienen sus recursos de la explotación del petróleo, y con grandes desigualdades sociales.