Para el autor James Grant, la batalla que se libró en este pueblo es una de las más duras que enfrentaron al ejército francés contra los aliados ingleses y españoles; ha sido recogida en el libro British battles on land and sea, donde se recogen muchos combates por tierra y mar del ejército británico.
Sus habitantes habían huido al desconfiar de los británicos y tener miedo a los franceses.
Nada más llegar, los británicos buscaron madera para quemar y de esta forma poder secar sus ropas, ya que estaban húmedas por las recientes lluvias.
Cuando paró el bombardeo, los franceses avanzaron a pie hacia la vieja muralla pero siempre fueron rechazados por el fuego de mosqueteros británicos impidiendo que tomasen el lugar.
Cuando cayó la noche del 10 de noviembre, y mientras los franceses se reagrupaban, el general Wellington ordenó al general Hamilton abandonar las fortificaciones y reiniciar la retirada antes de que los franceses volvieran a atacar.
Algunos soldados británicos pusieron sus gorros con plumas a la vista de los franceses en una parte del muro para atraer sus balas y distraerlos mientras los ingleses disparaban desde otro lugar.
Cuando los británicos se retiraron, los franceses entraron en el pueblo con su puente destrozado, lo que ralentizó su persecución.
Los españoles que se situaban en el viejo castillo plantaron cara a los franceses y abrieron un continuo e incesante fuego de mosquetes, mientras los ingleses se retiraban por la carretera hacia Ciudad Rodrigo.
Esto lo aprovecharon los soldados británicos, que estaban muy hambrientos, para matar unos pocos animales y así comer y reponer fuerzas con el objetivo de llegar con mejores energías a los cuarteles de invierno.