Sin embargo, la campaña subsiguiente estuvo marcada por las privaciones y por las condiciones invernales que costaron la vida de 6.000 soldados británicos.
Las marchas agotadoras, el tiempo gélido y las frecuentes escaramuzas con la vanguardia de las tropas francesas provocaron una caída en el alcoholismo de numerosos soldados y su consiguiente abandono ante el avance francés.
Lejos de actuar como un ejército derrotado y diezmado, las tropas británicas se propusieron proteger la evacuación rechazando los ataques franceses, normalmente mediante la propia infantería ligera creada por Moore.
Cogiendo lo mejor que quedaba de sus tropas (entre ellos los regimientos 51.º Highlanders y 95.º Rifles), Moore se enfrentó a los franceses y consiguió evitar la destrucción total, dando a sus exhaustas tropas el tiempo necesario para embarcar en los transportes anclados en el puerto.
El mariscal Soult pudo tomar la ciudad poco después de que la abandonaran las tropas británicas y, al encontrar el cuerpo del comandante británico, decidió enterrarlo con los honores que merecía.
Esto, desde luego, no contribuyó a mejorar las relaciones de los británicos con sus aliados españoles.
En consecuencia, el futuro comandante Arthur Wellesley planeó un sistema logístico junto con los españoles, los portugueses y las unidades británicas.
Finalmente, la falta de comunicación entre los aliados contribuyó al desastre global.
Las demás han sido costeadas por diferentes asociaciones históricas coruñesas y por el embajador del Reino Unido en 1997.