Por su parte, la población indígena también protagonizó varios motines contra la Corona a lo largo de los siglos.
[2] Este tema se discutía con frecuencia en varias reuniones a las que asistían tanto los nobles locales, como intelectuales liberales influidos por la Ilustración.
[3] Sin embargo, el Complot de Navidad con planes autonomistas para Quito, salió a la luz pública los últimas días de febrero, cuando fue denunciado a los españoles por unos sacerdotes mercedarios a los que el coronel Salinas había hecho partícipes del plan buscando apoyo de esa congregación religiosa.
[9][10] Durante buena parte del siglo XX, por un error en la transcripción del parte de la Batalla de Ibarra, se pensó que el pabellón quiteño había sido totalmente rojo, sostenido en un "asta" blanca.
[18] Mientras tanto, Aymerich había mandado a desarmar la escolta disponiendo la prisión del sargento Pozo y de otros vecinos, a quienes acusó de revolucionarios por simples chismes y delaciones.
Desde Bogotá y Lima, los virreyes españoles despacharon con suma urgencia tropas para sofocar a la Junta Soberana.
Desesperado, Montúfar remitió al puerto de Esmeraldas una carta para que se la entreguen a cualquier buque inglés, pidiendo el apoyo de Gran Bretaña para la Junta Soberana.
Lamentablemente, el apoyo británico a la independencia hispanoamericana se materializaría muchos años después.
La reunión le sirvió para convencerse del peligro de una revuelta similar en la capital del virreinato, por lo que reforzó la seguridad en Bogotá y despachó hacia Quito 300 soldados para aplastar a la Junta Soberana.
Aunque se le considera sincero entusiasta de la independencia, no tuvo el liderazgo suficiente para continuar la lucha.
Para aquel entonces, ya se sabía que estaba viajando hacia Quito Carlos Montúfar, quien había sido nombrado en España comisionado regio de Quito, y que probablemente absolvería a los patriotas enjuiciados.
El pueblo quiteño asaltó dos cuarteles y una cárcel, pero las autoridades realistas respondieron ejecutando a los presos.
Los realistas de Quito y la Audiencia vieron con malos ojos la anunciada llegada del comisionado regio Carlos Montúfar.
Al llegar Angulo y no ser atacados, los soldados neogranadinos usan uno de sus cañones para volar la pared que separaba su cuartel del Real de Lima, en donde se suman a la lucha.
Los ocho quiteños que atacaron el cuartel fueron tomados por sorpresa; dos de ellos, Mideros y Godoy, cayeron muertos al intentar escapar.
La forma en la que el joven sublevado Mariano Castillo se salvó de la masacre, haciéndose pasar por muerto, fue muy comentada:
Consumada la ejecución de los patriotas, las tropas coloniales empezaron a disparar contra el pueblo que se encontraba afuera del cuartel y en las calles cercanas.
Otro español, el oidor de la Real Audiencia Tenorio, se opuso a la criminal orden.
Luego, se apersonó en Palacio para negociar con Ruiz de Castilla y sus soldados:
Es evidente que, a la imagen de España, los libertadores eran traidores al Rey, y así se les trató.
[21] Las tropas peruanas de Arredondo dejaron Quito tras la llegada del Comisionado, pero fueron reemplazadas por otras enviadas desde Panamá y comandadas por Juan Alderete.
Esto no fue bien visto por las autoridades españolas y por algunos nobles, que presenciaban como la familia Montúfar alcanzaba un poder cada vez mayor.
Para aquel momento Guayaquil se había declarado separada de la Audiencia de Quito y el Virreinato de Nueva Granada, ligándose al del Perú, por lo que el virrey Abascal le escribió una misiva que rezaba: «(...) desconociéndole como Comisionado del Rey, pues no he recibido ninguna comunicación al respecto.
[22] El Ayuntamiento del puerto, en sesión celebrada el 28 de septiembre con presencia de Francisco Gil, Vicente Rocafuerte y Francisco Javier Paredes, responde: «(...) respecto de esta Provincia, está quieta y tranquila, sin necesidad de otras reformas y disposiciones que las que ha tomado el excelentísimo señor Virrey del Perú (...) y respecto de que este Cabildo no puede hacer nada que no sea conforme a lo que el referido excelentísimo señor tenga bien en disponer en este asunto, detenga su viaje».
[22] Murió así toda esperanza de que Guayaquil se una al plan trazado por el coronel Montúfar.
Se presentaron tres ensayos de carta constitucional, todos redactados por miembros ilustrados del clero que participaban como Diputados.
Para la administración del país, este Supremo Congreso debía nombrar a la autoridad gubernamental, que estaría dividida en poderes ejecutivo, legislativo y judicial.
[23] Para defender la soberanía de la nación, los quiteños organizaron las milicias en diferentes frentes, librando batallas contra las tropas españolas aún con los pocos recursos que tenían a la mano.
El Gobierno colonial se restableció en la ciudad capital, violentamente pacificada por los españoles al mando del mariscal Melchor de Aymerich, que se convirtió además en el nuevo presidente de la Real Audiencia hasta 1822.
Recién en la siguiente generación, aparecerán figuras nacionales propias como García Moreno y Alfaro, sin olvidar al patriota guayaquileño Vicente Rocafuerte, quien salió por los fueros de la ecuatorianidad frente al militarismo extranjero conocido también como "Dominación Floreana".