Esa forma de misión propiamente tal es conocida como ad gentes, es decir, hacia las gentes, gentiles o no cristianos, y se desarrolla en lugares donde el evangelio no ha sido suficientemente anunciado o acogido, o en ambientes refractarios ubicados más allá de las propias fronteras donde se dificulta la prédica y aceptación del mensaje.
[5] En los evangelios sinópticos, Jesús de Nazaret se presenta a los hombres como el enviado de Dios por excelencia, por lo cual al acogerlo o rechazarlo se acoge o se rechaza al que lo ha enviado,[a] es decir, a Dios Padre.
[1] La conciencia que Jesús tiene de su misión (término de donde deriva la palabra «misionero») se explicita en frases características: «Yo he sido enviado...», «Yo he venido...», «El Hijo del hombre ha venido...» para anunciar el evangelio,[b] para cumplir la ley y los profetas,[c] para llamar no a los justos sino a los pecadores,[d] para buscar y salvar lo que estaba perdido,[e] para servir y dar su vida en rescate de muchos.
[m] Además, Jesús envió delante de sí misiones más numerosas en discípulos.
[1] Así, a todos los apóstoles se les atribuye haber muerto en ciudades o tierras de misión.
[10] A lo anterior habría que añadir los viajes por tierras de Europa y por mar, los caminos difíciles, las diferencias de altitud, etc. De una forma muy vívida, Pablo mismo describió en el pasaje siguiente lo que estos viajes implicaron: El teólogo protestante alemán Gustav Adolf Deissmann enfatizó el punto al comentar que sentía «indecible admiración» a vista del esfuerzo puramente físico de Pablo, que con toda razón podía decir de sí mismo que «azotaba su cuerpo y lo domaba como a un esclavo».
Los que más se han distinguido por su herencia misionera ha sido la denominación bautista.
Este servicio misional consiste en la predicación pública del mensaje de la Biblia.