[2] El agrónomo Claudio Boutelou describía este instrumento agrícola propio del área mediterránea como: Tradicionalmente era arrastrado por dos mulas o por dos bueyes sobre la parva, es decir, sobre las mieses repartidas en la era.
El muelo se terminaba de limpiar, bien por métodos tradicionales, aventando y con cribos; o bien, con las limpiadoras mecánicas,[8] que, en España, convivieron durante muchos años con los trillos (hasta que ambos fueron sustituidos por las modernas cosechadoras, tardíamente, entre los años 50 y 60).
Los trillos debieron ser muy importantes en la Mesopotamia protohistórica, pues ya aparecen en los documentos escritos más antiguos que se conocen.
Concretamente, en la ciudad de Kish (Irak) se exhumó una plaqueta de arenisca grabada con pictogramas que podrían constituir el más antiguo documento escrito conocido en el mundo: mediados del IV milenio a. C. (periodo Uruk tardío).
También aparecen descripciones en numerosas tablillas cuneiformes del III milenio a. C. Hay otra representación, en este caso sin escritura, en la actual Turquía.
Aunque se sabe que los trillos existen desde el VI milenio a. C. (como hemos visto antes) y, aunque la rueda fue inventada a mediados del IV milenio a. C. en Mesopotamia, su utilización no es instantánea, sobreviviendo los trineos, al menos hasta la aparición del eje articulado, hacia el 2000 a. C. Durante ese tiempo, algunos vehículos eran auténticos híbridos, es decir, trineos cuyas ruedas se podían quitar para sortear obstáculos (llevándolos en andas o, simplemente, arrastrándolos).
Este, desde la época egipcia, hasta periodos preindustriales, parecía residir en la primera hacina trillada (o, a veces, en la última).
Al margen de interpretaciones más eruditas, sólo se quiere resaltar que gran parte del Pentateuco está destinado a fortalecer los lazos de la comunidad judía, después del Éxodo, una vez establecidos en la Tierra Prometida.
Es sintomático que los trillos sean bienes tan valorados y dignos como para ser ofrecidos a Dios en sacrificio.
Un conocido agrónomo cartaginés, Magón, escribió un tratado que fue traducido al latín por orden del mismísmo Senado romano.
Se trata de la Edad Media en sentido muy amplio, sin entrar en muchos detalles y centrándose, esencialmente, en Europa Occidental, ya que resulta muy difícil encontrar documentos fiables sobre trillos en la época.
Concretamente, menciona algunos relieves románicos en Beleña (Salamanca) y Campisábalos (Guadalajara), ambas del siglo XII.
Con estos documentos, apenas atestiguamos la presencia de los trillos, que, sin duda, fue continua desde entonces hasta hace muy pocos años en la cuenca mediterránea.
Lo demás es mera especulación muy general, dado que la historiografía tradicional se centra en aspectos más propios de la Europa atlántica.
Cabe, pues, unirse a la desmoralización del historiador francés Georges Duby, al quejarse de lo siguiente:
Actualmente, numerosos elementos de la agricultura tradicional se están perdiendo, por eso diversos organismos trabajan para conservarlos o recuperarlos.
(Early Agricultural Remnants and Technical Heritage; en el que participan Bulgaria, Canadá, Escocia, España, Estados Unidos, Francia y Rusia, por orden alfabético).
Fue, al parecer, una población próspera, pero en el siglo XVII perdió su libertad, y pasó a ser un señorío jurisdiccional.
Nos centraremos en los trillos hechos sólo con lascas de sílex, aunque nombremos por encima los que llevaban sierras metálicas u otros modelos más minoritarios.
El pueblo tomaba entonces un aspecto peculiar, pues numerosas fachadas se llenaban de listones soleándose.
Después se apilaban en castillos, cruzando unos listones con otros para que la pila fuese más estable.
Una vez en condiciones, comenzaba el escopleo del listón, es decir, con un martillo y un escoplo se preparaban las ranuras (ujeros) para las chinas o lascas de sílex.
Cuando los listones están bien sujetos y alineados se colocan los cabezales, o travesaños, que, además, se clavan con grandes clavos llamados puntas de París (aunque, al menos en los siglos XIX y XX, venían de Bilbao).
Es necesario incrustar cada lasca sin dañar su filo, aunque era imposible no dejar alguna pequeña marca (técnicamente un seudorretoque).
Para ello se usa un martillo ligero, de cabeza cilíndrica y extremos planos, incluso algo cóncavos.
La venta se hacía justo al terminar los trillos, desde abril, y duraba hasta el mes de agosto.
No obstante, numerosos estudios, la mayoría modestos pero esforzados, han intentado recoger sus más variados aspectos.
En cambio, los mogag o los mawriy orientales, tienen, en el vientre del trillo, huecos y piedras diferentes; unas veces son circulares (hechos con un berbiquí especialmente ancho y poco profundo) en el que se incrustan pequeños bloques subciculares o globulosos, de afiladas aristas, no necesariamente longitudinales.
Aunque, ciertamente, corresponde a los cartagineses, herederos de los fenicios, su difusión por el occidente del Mediterráneo, este instrumento ya era conocido, al menos.
Ambas variantes han seguido usándose hasta hace unas décadas en Europa, y se siguen usando en países islámicos, en zonas donde la agricultura no ha sido mecanizada.