Aunque Walter Burkert señala que «cuando en la Ilíada (xx.4-9) Zeus llama a los dioses a asamblea en el Monte Olimpo no son sólo los famosos olímpicos quienes acuden sino también todas las ninfas y todos los ríos; sólo Océano queda en su puesto» (Burkert 1985) los oyentes griegos reconocían esta imposibilidad como una hipérbole del poeta que proclamaba el poder universal de Zeus sobre el mundo natural antiguo: «la adoración de estas deidades» confirma Burkert «está limitada sólo por el hecho de que están inseparablemente identificadas con una localidad específica».
La ninfa acuática asociada con una fuente particular fue conocida por toda Europa en lugares sin relación directa con Grecia, sobreviviendo en los pozos celtas del noroeste de Europa que más tarde fueron rededicados a los santos y en la Melusina medieval.
Eran a menudo el objeto de cultos locales arcaicos adoradas como esenciales para la fertilidad y la vida humana.
Los jóvenes que alcanzaban la mayoría de edad dedicaban sus mechones infantiles a la náyade del manantial local.
En ocasiones bañarse en sus aguas se consideraba un sacrilegio y las náyades tomaban represalias contra el ofensor.
Aristeo tuvo una experiencia más allá de lo común con las náyades: cuando sus abejas murieron en Tesalia fue a consultarlas.
Su tía Aretusa le invitó a pasar bajo la superficie del agua, donde fue lavado en un manantial perpetuo y recibió consejo.