Su padre, Joseph Ravel (1832-1908), era un renombrado ingeniero civil, de ascendencia suiza y saboyarda (Ravex).
[cita requerida] Tuvo un hermano, Édouard Ravel (1878-1960) con quien mantuvo durante toda su vida una fuerte relación afectiva.
No obstante, en la biografía escrita por Arbie Orenstein se menciona que Ravel se sentía muy unido a su madre y que ésta le transmitió su patrimonio cultural vasco (el cual, según Orenstein, habría tenido una gran influencia en la vida y la producción musical de Ravel); según dicha biografía, uno de los primeros recuerdos del compositor labortano eran las canciones folclóricas vascas que su madre le cantaba.
Sus padres frecuentaban los medios artísticos, fomentando los primeros pasos de su hijo que muy pronto reveló un talento musical excepcional.
Comenzó el estudio del piano a los seis años bajo la guía de Henry Ghys.
Niño juicioso, aunque también caprichoso y terco, pronto demostró su natural talento musical, aunque, para desesperación de sus padres y profesores, reconoció más tarde haber sumado a sus numerosos talentos «la más extrema pereza.»[3] De hecho, en un principio su padre, para obligarlo a practicar el piano, tenía que prometerle pequeñas propinas.
Ahí conoció al pianista español Ricardo Viñes, que se convirtió en su amigo entrañable e intérprete escogido para sus mejores obras; ambos formarían parte del grupo conocido como Los Apaches, que armaron revuelo en el estreno de Pelléas et Mélisande de Claude Debussy en 1902.
[9] En vísperas del siglo XX, el joven Ravel era ya reconocido como compositor, y sus obras eran objeto de discusión.
[11] Esta última tentativa desató un verdadero escándalo, al surgir una polémica entre varios periodistas, (en la que Romain Rolland asumió notablemente su defensa);[12] todo desembocó en la renuncia de Théodore Dubois, entonces director del Conservatorio de París, que fue sustituido por Fauré.
A continuación compuso por iniciativa de Diáguilev el ballet Daphnis et Chloé, titulado Sinfonía coreográfica.
La Primera Guerra Mundial sorprendió a Ravel en plena composición de su Trío en la menor que estrenó finalmente en 1915.
La máscara del dandi cayó, y fue otro Ravel el que salió de esta dolorosa experiencia.
Fue también la guarida ineludible del cenáculo raveliano (el escritor Léon-Paul Fargue, los compositores Maurice Delage, Arthur Honegger, Jacques Ibert, Florent Schmitt, Germaine Tailleferre, los intérpretes Marguerite Long, Robert Casadesus, Jacques Février, Madeleine Grey, Hélène Jourdan-Morhange, y los dos fieles discípulos de Ravel, Roland-Manuel y Manuel Rosenthal.
Colette ha narrado con humor la relación puramente profesional y distante que tuvo con Ravel durante la elaboración de este proyecto.
[29] Interpretó como pianista su Sonatina, a veces dirigió la orquesta y pronunció discursos sobre la música que, desgraciadamente, no fueron registrados para el futuro.
[31] De regreso en su país, Ravel comenzó a trabajar en la que se convirtió en su obra más famosa e interpretada.
Por esa razón fue el último compositor cuya obra entera, siempre innovadora y nunca retrógrada, es considerada «completamente accesible a oídos profanos» (Marcel Marnat).
Mas, como lo destaca Vladimir Jankélévitch en su biografía, «ninguna influencia puede jactarse de haberlo conquistado totalmente (…).
Ravel se sigue manteniendo imperceptible envidiosamente detrás de todas esas máscaras que le dieron los esnobismos del siglo».
Ni absolutamente modernista ni simplemente impresionista (tal como lo hiciera Debussy, Ravel negaba categóricamente este calificativo que consideraba solo reservado a la pintura),[41] se inscribe mucho más en la línea del clasicismo francés iniciado en el siglo XVIII por Couperin y Rameau y del cual fue su última prolongación.
Este estilo no tenía más que ir evolucionando poco a poco durante su carrera, tal como él mismo refirió al decir «dépouillement poussé à l’extrême» (depuración llevada al extremo) (Sonata por violín y violonchelo, Chansons madécasses).
Sobre su imaginario musical tuvo notoria influencia el País Vasco (Trío en la menor) y fue su intención componer el concierto Zazpiak Bat, cuyo título (véase Zazpiak Bat) hace mención a la unidad de la nación vasca de las siete provincias o Euskal Herria.
Asimismo, le influyó en gran medida España (Habanera, Pavana para una infanta difunta, Rapsodia española, Bolero, Don Quijote a Dulcinea), todo lo cual participó mucho en su renombre internacional, y consolidó también la imagen de un músico siempre enamorado del ritmo y las músicas populares.
Mientras que su amigo Stravinski recordaba su meticulosidad calificándolo de «relojero suizo», algunos solo consideraron a su música vacía, fría o artificial.
Plenamente consciente de su carácter, Ravel pudo confiar a Manuel Rosenthal: «Sí, mi genio, es cierto, yo lo tengo.
Su obra más famosa, el Bolero, ¿no debe su éxito solo a la variación de los timbres y al inmenso crescendo orquestal?
Maestro curtido en el manejo del timbre (aunque sin ser él mismo adepto de numerosos instrumentos), sabiendo encontrar el equilibrio armonioso más sutil, Ravel supo trascender numerosas obras originales (generalmente escritas para piano) y otorgarles una nueva dimensión, tanto obras suyas (Mi madre la oca, 1912, Valses nobles y sentimentales, 1912, Alborada del gracioso, 1918, La tumba de Couperin, 1919...) como de sus eminentes colegas: Músorgski (Jovánschina, 1913), Schumann (Carnaval, 1914), Chabrier (Menuet pompeux, 1918), Debussy (Sarabande et Danse, 1923) o incluso Chopin (Estudio, Nocturno y Vals, 1923).
Los Cuadros orquestados por Ravel forman parte, junto al Bolero, de las obras francesas más interpretadas en el extranjero.
Durante su gira americana en 1928, tocó su Sonatina, acompañó en su Sonata para violín y algunas de sus canciones.
La obra de Maurice Ravel se caracteriza en forma general por: El catálogo completo[47] establecido por Arbie Orenstein y completado por Marcel Marnat cuenta con 111 obras terminadas por Maurice Ravel entre 1887 y 1933: Las siguientes 60 obras son consideradas principales: IV.