[nota 1][2] Todos ellos aportaron sus distintos saberes desde sus respectivos campos, conformando un gran proyecto interdisciplinar.
[4] La dictadura franquista acabó con las Misiones Pedagógicas a las que calificó en un libro titulado La Institución Libre de Enseñanza: una poderosa fuerza secreta, editado en San Sebastián en 1940, de «Apostolado del Diablo».
En la Comisión Fundadora del Patronato figuran los nombres de: José Ballester Gozalvo, Domingo Barnés (vicepresidente), Francisco Barnés Salinas, Luis Bello, Amparo Cebrián, Óscar Esplá, Rodolfo Llopis, Ángel Llorca, Antonio Machado, Lucio Martínez Gil, María Luisa Navarro Margothi, Marcelino Pascua, Enrique Rioja Lo Bianco, Pedro Salinas y Juan Uña Shartou.
Dicha Junta estaba formada por renombrados personajes de la política española, como José Canalejas, Eduardo Dato, Carlos María Cortezo, Melquíades Álvarez, entre otros, y respaldada por la Institución Libre de Enseñanza y el Museo Pedagógico Nacional.
Estas modestas bibliotecas, pese a ubicarse normalmente en las escuelas, estaban dirigidas al conjunto de la población para despertar su afición por la lectura y elevar su nivel cultural.
Se trataba de pequeños núcleos mal comunicados con los municipios a los que pertenecían, y en los que no se contaba con ningún medio de acceso a la cultura.
Los niños escuchaban la música en la escuela, mientras que los adultos lo hacían por las noches o en días festivos.
En algunos, al no haber electricidad se utilizó un generador autónomo de gasolina.
El más importante fue el "Teatro ambulante" o Teatro del pueblo, dirigido por Alejandro Casona y formado por jóvenes estudiantes universitarios, en algunos casos antiguos alumnos de la Institución Libre de Enseñanza.
En los intermedios se cantaban romances tradicionales, cantigas y otras formas musicales populares.
Se llegaron a completar dos colecciones circulantes: la primera estaba integrada por catorce copias de cuadros del Museo del Prado, realizadas en su mayor parte por Bonafé, Gaya y Vicente.
Los cuadros, bien embalados, eran transportados en un camión hasta los pueblos donde días antes se habían anunciado con carteles.
Algunos miembros voluntarios preparaban el local para la exposición, y mientras duraba esta se daba información sobre los autores de las obras, y se atendían las preguntas o dudas de los asistentes.
Cuando había presupuesto, se regalaban fotografías de los cuadros en fototipia o huecograbado.
Se intentaba que las exposiciones coincidiesen con fiestas o ferias locales y alcanzasen al menos una semana duración.
Gracias a misioneros como Miguel Prieto Anguita o Diego Marín, el Retablo de fantoches o Teatro Guiñol, dirigido en su último tramo de existencia por Rafael Dieste,[16] pudo suplir las dificultades del Coro y el Teatro del Pueblo para llegar hasta lugares lejanos y de comunicación complicada.
El segundo guiñol se representó en León con mejores materiales y más tiempo de preparación.
La primera farsa para teatro de títeres se titulaba: El dragón y su paloma.
Por falta de personal directivo, se montaron dos cursos para dar cumplimiento a la legislación.
El primer curso se realizó en San Martín de la Vega (Madrid) en 1932.
[20] Los casi seiscientos españoles que habían colaborado directamente con las Misiones Pedagógicas sufrieron toda clase de destinos.
[23] El modelo de las Misiones Pedagógicas desarrollado por la Segunda República Española tuvo cierta continuación en América.
Así lo intentaron: Cristóbal Simancas, en Colombia, y otro "misionero", Herminio Almendros, en Cuba.