Costumbrismo literario

En Inglaterra fueron escritores costumbristas Richard Steele (1672-1729), que publicó su revista costumbrista The Tatler, y Joseph Addison (1672-1719), quien en unión del anterior fundó The Spectator; ambos han sido considerados los inventores de lo que ellos mismos llamaron Essay or sketch of manners.

Así mismo está Paul-Louis Courier (1772-1825), menos conocido entre los españoles pero tan importante como Jouy.

El entremés se transforma en sainete en el siglo XVIII, con autores tan importantes como Ramón de la Cruz, especializado en un cierto madrileñismo, y Juan Ignacio González del Castillo, quien reproduce tipos y costumbres gaditanas.

En el setecientos algunos pintores empiezan a fijarse en costumbres y tipos populares a través de modas como el majismo, y Francisco de Goya en sus cartones para tapices o en sus grabados sobre tauromaquia y la familia Bécquer, con sus escenas populares sevillanas, llegan a crear toda una escuela de pintura consagrada a las costumbres andaluzas, formada por José Domínguez Bécquer (1805–1841), padre del famoso poeta y del pintor Valeriano Bécquer (1833–1870), cuyo primo fue también pintor costumbrista: Joaquín Domínguez Bécquer (1817–1879).

En el siglo XIX ese elemento adquiere independencia por medio del elemento subjetivo que impregna el Romanticismo, haciendo que se renueve el interés por la identidad colectiva o volkgeist (carácter nacional o popular) por medio del Nacionalismo y el Regionalismo, plasmándose en géneros a propósito como el artículo o cuadro de costumbres, cultivado en la prensa y luego recogido en colecciones individuales o colectivas por autores como Sebastián Miñano y Bedoya, Mariano José de Larra, Ramón de Mesonero Romanos y Serafín Estébanez Calderón, entre muchos otros, y la novela de costumbres, pero también en el teatro a través del género chico, y aparece como elemento no despreciable en las novelas del Realismo (Fernán Caballero, José María de Pereda, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán y Juan Valera.

El costumbrismo invade la zarzuela decimonónica y un cierto tipo de teatro por horas heredero del entremés.

La nacida ciencia del folklore, que estudia de forma científica las tradiciones populares, se ocupa en recopilar, clasificar y estudiar lírica tradicional, Cuentos, coplas, música, juegos, supersticiones y creencias, refranes, artesanía, gastronomía, ceremonias, ritos, Tradiciones populares, fiestas, leyendas, canciones, bailes y romances vulgares, materia en la que destacan algunos eruditos como Agustín Durán, Antonio Machado Álvarez, Francisco Rodríguez Marín, Eusebio Vasco y muchos otros.

En cuanto al andalucismo, la caudalosa vena decimonónica se renueva con escritores como José Nogales (1860-1908), Salvador Rueda (1857-1933), Arturo Reyes (1864-1913) y otros.

Más valor y tintes sombríos posee el costumbrismo de la llamada Generación del 98, que busca en sus viajes la España real frente a la España oficial: Miguel de Unamuno escribe De mi país (1903), Pío Baroja su Vitrina pintoresca (1935), acogiendo en sus trilogías vascas costumbres de esa comarca, al igual que en sus aguafuertes y literatura su hermano Ricardo Baroja; Azorín se asoma al paisaje castellano y andaluz (Los pueblos, Alma española, Madrid.