Pleguezuelo, en su estudio clásico sobre la Cerámica medieval española, observa que el alicatado era resultado de la asociación de dos gremios especializados, alfareros y alarifes,[9] los primeros fabricaban las baldosas vidriadas y polícromas, mientras los maestros albañiles cortaban e instalaban las piezas reunidas siguiendo patrones y diseños convencionales o innovadores.
[12][c] El azulejo y sus técnicas entraron en Europa en el siglo VII a través de al-Ándalus, la península ibérica dominada por los musulmanes, y alcanzaron un esplendor del que todavía son ejemplo la arquitectura del Califato de Córdoba y la del Reino nazarí de Granada.
Se cree asimismo que este enlosado reemplazó en todas partes al pavimento de mosaico usado por los romanos.
[16] En Occidente, las penínsulas Ibérica e Itálica acaparan la producción e importación de azulejos al resto de Europa hasta el final del siglo XVI, con focos más locales en parte del Norte de África y un capítulo aparte en el extremo oriental del Mediterráneo siguiendo patrones y escuelas bizantinas.
A partir del siglo XVII la azulejería florece en otros muchos países de Europa Central, en especial en Francia, los Países Bajos, los estados de influencia germana y las islas británicas, afirmando la producción, técnicas y creatividad a lo largo del siglo XVIII y consumándose en el siglo XIX con su presencia en las Exposiciones Universales.
[19] El azulejo fue introducido en la península ibérica por los árabes y conservada por los moriscos, las piezas que fabricaban están caracterizadas por la decoración geométrica y vegetal, con una alta densidad de dibujo rellenando el espacio del azulejo (un fenómeno conocido como «horror vacui».
Los diferentes tonos cromáticos se obtienen a partir de óxidos metálicos: cobalto (azul), cobre (verde), manganeso (castaño, negro), hierro (amarillo), estaño (blanco).
Estas piezas dejan tres pequeños puntos marcados en el producto final, hoy en día importantes en la certificación de autenticidad.
[31] El azulejo, que impulsado por la evolución industrial de las técnicas en la producción cerámica dejó su impronta y su marca estética en la arquitectura urbana de diversos países a lo largo del siglo XIX, añadió en el umbral del siglo XX una ventaja a las de su impermeabilidad y atractivo estético: su funcionalidad como soporte publicitario.
[38] Introducida en la Península por los alarifes y alfareros musulmanes, la azulejería tuvo un primer momento de esplendor con el arte mudéjar.
[39] Los primeros grandes focos de esta industria artesana se documentan arqueológicamente en Manises, Paterna, Teruel y Barcelona durante el siglo XV, manteniendo su identidad durante gran parte del siglo XVI.
Además del uso complementario doméstico del conjunto de lozas, los «alfardons des mig» y los «rajolets des puntes» (azulejos triangulares), complementaron los tradicionales azulejos cuadrados, rectangulares y poligonales, en el trabajo de albañilería para decorar arrimaderos, techos y solerías como las pintadas por maestros renacentistas como Jaume Huguet, Luis Dalmau o Gabriel Alemany.
A ese proceso de desnaturalización se sumaría luego la presencia del maestro flamenco Cloostermans (1787) y su estética neoclásica.
A mediados del siglo XVI aparecen en Lisboa los primeros talleres de artesanos.
El siglo xvii comienza con Portugal perteneciendo a España, por lo que la producción e identidad del azulejo portugués se ve frenada.
Podemos verlos, por ejemplo, en Lisboa, en el Museo Rafael Bordalo Pinheiro, dedicado a este tema.
En Iberoamérica se conservan excelentes ejemplos tanto en la arquitectura colonial como en la del periodo independentista.