La azulejería urbana en Madrid está representada por el conjunto de manifestaciones decorativas y arquitectónicas que en un amplio abanico manifiestan el uso del azulejo y la cerámica en la capital de España.
Con un temprano origen en los alfares de los alarifes moriscos del siglo xv y xvi, incentivada por algunos arquitectos al servicio de los Austrias instalados en Madrid,[a] y tras un tímido preámbulo ilustrado en el ámbito urbano en el siglo xviii, la azulejería madrileña tuvo su máximo apogeo en el último cuarto del siglo xix y primer tercio del siglo xx,[2] impulsada por la ideología pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza[3] y materializada por algunos nombres propios de ceramistas como Daniel Zuloaga, la saga talaverana de los Ruíz de Luna, y maestros menos conocidos como Enrique Guijo, Alfonso Romero Mesa y Francisco Arroyo; junto con arquitectos como Velázquez Bosco, José Espelius o Teodoro Anasagasti.
[11] Diversos estudios coinciden en que la nueva estética decorativa de la arquitectura madrileña del último cuarto del siglo xix parte de los conocimientos técnicos y artísticos del tándem formado por el arquitecto Velázquez Bosco y el ceramista Daniel Zuloaga Boneta,[4] y culmina con el conjunto de su obra, en gran parte todavía visible en la ciudad de Madrid.
La experiencia en La Moncloa, sometida a diversos factores (políticos, económicos, sociales y familiares) apenas duró poco más de una década.
[19][20] Para ello contaría desde un principio con un veterano Daniel Zuloaga y una joven promesa, el cordobés Enrique Guijo, dos artistas que se conocieron en 1910 por mediación de Alcántara.
Ya se han mencionado los trabajos de maestros talaveranos como Juan Ruiz de Luna y Enrique Guijo que, sin llegar al monumentalismo de Zuloaga y sin su personalidad artística, fueron artífices de un estilo tradicional que también sedujo a la intelectualidad de su época (como demuestran los encargos para Mariano Benlliure o Joaquín Sorolla, para decorar las nuevas viviendas-taller que se hicieron construir en Madrid estos pintores y que alternaron y compartieron espacios con la azulejería tradicional trianera).
Otros azulejeros sevillanos en Madrid fueron por ejemplo, González y Hermanos con tienda en Gran Vía, 14 (lo que da una idea de la importancia comercial del ramo en esa época), y obras como el Edificio de ABC, en la Castellana (1926-28), o la -más modesta- portada de Casa Lara, en la calle del Salitre.
[4] También de Sevilla, llegaron los hermanos Pérez, en cuyo alfar vallecano se reunieron para decorar o cocer Fidel Blanco, los Arroyo o Eduardo Casabella, entre otros.
El foco ceramista valenciano también dejó algunos ejemplos de su estilo minucioso, con obras atribuidas unas, firmadas otras, de maestros como Juan Bautista Molins, Valcárcel o V. Moreno.
Muchos comerciantes, cercados por el "clima inquisitorial y el lento estrangulamiento" de la posguerra española taparon con pintura blanca sus vistosas -y muchas veces atrevidas y sugerentes- portadas de azulejos.
Había renacido la estética roma de "la desnudez escurialense y los sueños imperiales" pero pudorosos.
[4] En la jerga y contexto de la azulejería en locales castizos, los estudiosos del tema coinciden en considerar al bar Los Gabrieles como «Capilla Sixtina» del azulejo madrileño.
El conjunto diseñado por el arquitecto Antonio Palacios, se elaboró con sencilla azulejería blanca, listada por una cenefa de color azul cobalto -como color identificador de la que luego sería Línea 1, y que luego, identificando nuevas líneas del antiguo trazado sería de otros colores-, formando una línea muy elemental (como falsos alfardones que facilitaban la fábrica).