La llegada de los Borbones y su estrecha relación con arquitectos franceses e italianos obraron cambios en las corrientes arquitectónicas, supuso la implantación en Madrid del Barroco y su progresiva transformación a una arquitectura de carácter neoclasicista que llegará a estar vigente hasta entrado el siglo XVIII.
Contrario al historicismo vigente, se edifican colonias en barrios periféricos como el Viso y la ciudad comienza a proyectarse hacia su periferia.
Los materiales empleados en la arquitectura madrileña no han variado mucho desde el siglo XV hasta finales del XIX.
Los materiales tradicionales de la arquitectura madrileña se han elegido en torno a dos elementos principales: el ladrillo y la piedra.
Entre los materiales constructivos de una nobleza menor y empleados en las casas más humildes, se encuentra el adobe.
Es frecuente hasta el siglo XVIII la elaboración de estos ladrillos primitivos con la tierra aprisionada en módulos conformados en tablones, y posteriormente secados al sol, para ser aparejados en los tapiales.
[7] Durante este periodo se emplea como substituto los diversos «entramados» (mezcla de madera, adobe e incluso yeso).
La piedra es empleada en diversos edificios madrileños hasta comienzos del siglo XX, a partir de entonces otros materiales entran en escena.
Es posible a comienzos del siglo XXI encontrar canteras activas en Colmenar Viejo, Zarzalejo, Alpedrete, Galapagar y Cadalso de los Vidrios.
[10] Las soluciones constructivas empleadas en las viviendas desde el siglo XVII se han podido investigar gracias a la existencia detallada de instrucciones en los contratos.
Este efecto hizo que la arquitectura hasta esta fecha tuviera preponderancia de elementos cercanos a la ciudad.
La mayor parte de la arquitectura monumental construida en la península durante época islámica, bien sea en edificios religiosos, militares o civiles, se realizó en sillería.
Durante este periodo la construcción queda monopolizada por los alarifes mozárabes, que se concentran en torno a dos familias, San Salvador y Gormaz (algunos de ellos son oficiales del Concejo).
[20] La arquitectura renacentista madrileña se consolida plenamente durante el reinado de Carlos I (r. 1516-1556), gracias a diferentes obras impulsadas desde la propia monarquía.
El arquitecto del rey, Juan Bautista de Toledo, realiza a su alrededor una intervención paisajística pionera en España, al introducir por primera vez modelos renacentistas italianos.
Al año de estancia fallece Juvara y su discípulo Giovanni Battista Sachetti se hace cargo en 1738.
Aparecen en la escena arquitectónica madrileña, debido al interés personal del rey, nuevos arquitectos italianos y franceses.
En España existían por esa época otros centros para el estudio y enseñanza de la arquitectura ya finales del siglo XIX.
Dando lugar a una moda constructiva que se empleará en las plazas de toros españolas, tomando como referencia al coso madrileño.
Otros seguidores del estilo neomudéjar en la capital son Lorenzo Álvarez Capra que diseña la iglesia de la Paloma.
El proyecto solo se puso en funcionamiento en parte debido a trabas administrativas, legales y económicas.
Una Real Orden de 1880 aprobó dicho proyecto del marqués y la primera piedra se colocó en 1883.
La evolución de este arquitecto es anómala en el escenario madrileño, por mezclar diversos estilos con una visión muy particular.
En los edificios erigidos en España durante finales de los años veinte se comenzaba a mostrar un nuevo estilo.
Se intenta por todos los medios frenar el crecimiento periférico, debido en parte a que estos poblados limitaban la propia expansión de la ciudad.
Se diseñaban con la idea de acomodar a las familias provenientes del campo, y facilitar su adaptación al entorno urbano.
Este tipo de arquitectura innovadora contrastaba con la corriente formal e historicista del gobierno franquista.
Parece que los arquitectos de los poblados dirigidos adoptan los criterios del Movimiento Moderno: racionalismo y minimalismo.
A finales del siglo XX el arquitecto Rafael Moneo realiza varias reformas y rehabilitación de edificios clásicos en Madrid.
En otros casos la demolición deja un espacio urbano libre que se transforma finalmente en una plaza, o en el ensanchamiento de una calle.