Esta es la fase más significativa, ya que con sus procesos vitales y metabólicos, continúan la meteorización de los minerales, iniciada por mecanismos inorgánicos.
Sobre los materiales del coluvión puede desarrollarse lo que comúnmente se conoce como suelo; el suelo es el resultado de la dinámica física, química y biológica de los materiales alterados del coluvión, originándose en su seno una diferenciación vertical en niveles horizontales u horizontes.
Existen dos clasificaciones , una según su estructura y otra de acuerdo a sus formas físicas.
El suelo es propio de las tierras emergidas, no existiendo apenas contrapartida equivalente en los ecosistemas acuáticos.
Desde el punto de vista biológico, las características del suelo más importantes son su permeabilidad, relacionada con la porosidad, su estructura y su composición química.
La concepción del término fertilidad ha ido modificándose con el tiempo y en la actualidad más se acerca al concepto de productividad que a otra cosa.
O sea, lo que ofrece potencialidad nutricional a un suelo no es solo su contenido de nutrientes, sino todos aquellos factores tanto químicos como físicos y biológicos que influyen sobre la disponibilidad y accesibilidad de los nutrientes por la planta.
Los procesos que forman el suelo arrancan con la meteorización física y química de la roca bruta.
El sistema así formado recicla los nutrientes que circulan por la cadena trófica.
En consecuencia, cada año aumentan los miles de hectáreas inundadas con pérdidas incalculables, tanto en vidas humanas como en recursos materiales.
Estos, lentamente van desmenuzando las rocas, hasta reducirlas a pequeñas partículas, que al unirse con los restos de plantas y animales conforman el suelo.
Una vez formado, el suelo es protegido y conservado por la vegetación que crece sobre su superficie.
La capa vegetal es arrastrada hacia el fondo de los océanos, y aquellos terrenos fértiles quedan transformados en desiertos.
Este conjunto de componentes representa lo que podría denominarse el esqueleto mineral del suelo.
Entre estos componentes sólidos del suelo destacan: Esta fracción está formada por una disolución a causa de las sales y los iones más comunes como Na+, K+, Ca2+, Cl-, NO3-, así como por una amplia serie de sustancias orgánicas.
Se entiende la estructura de un suelo como la distribución o diferentes proporciones que presentan los distintos tamaños de las partículas sólidas que lo conforman, y son: Los componentes sólidos, no quedan sueltos y dispersos, sino más o menos aglutinados por el humus y los complejos órgano-minerales, creando unas divisiones horizontales denominadas horizontes del suelo.
Se llama roca madre a la que proporciona su matriz mineral al suelo.
Se distinguen suelos autóctonos, que se asientan sobre su roca madre, lo que representa la situación más común, y suelos alóctonos, formados con una matriz mineral aportada desde otro lugar por los procesos geológicos de transporte.
Se llaman horizontes del suelo a una serie de niveles horizontales que se desarrollan en el interior del mismo y que presentan diferentes caracteres de composición, textura, adherencia, etc.
Para los suelos en los que todas las partículas tienen una granulometría similar, internacionalmente se usan varias clasificaciones, diferenciándose unas de otras principalmente en los límites entre las diferentes clases.
Dentro de ésta, se pueden referir tres principales modelos edáficos que responderían a las siguientes denominaciones: El suelo vegetal es aquel suelo que posee una cierta cantidad de materia orgánica producida por los organismos autótrofos.
Estos la convierten en sustancias simples que pueden ser utilizadas de nuevo por las plantas.
Todo este proceso va formando el suelo vegetal, base de la actividad agrícola.
Además, como su regeneración es muy lenta, el suelo debe considerarse como un recurso no renovable y cada vez más escaso, debido a que está sometido a constantes procesos de degradación y destrucción de origen natural o antrópico.