Se llama meteorización o intemperismo a la descomposición de minerales y rocas que ocurre sobre o cerca de la superficie terrestre cuando estos materiales entran en contacto con la atmósfera, hidrosfera y la biósfera.
La descomposición orgánica genera humus más o menos ácido que provoca fenómenos de podsolización.
La meteorización desintegra las rocas existentes y aporta materiales para formar otras nuevas.
Un suelo refleja, hasta cierto grado, el material rocoso del cual se derivó, pero la roca basal no es el único factor que determina el tipo de suelo, ya que diferentes suelos se desarrollan sobre rocas idénticas en áreas distintas cuando el clima varía de un área a otra.
Por lo tanto, otros factores ejercen influencias importantes sobre el desarrollo del suelo, como el relieve, el tiempo y el tipo de vegetación.
Cada una de estas zonas constituye un horizonte, que representan, desde la superficie hacia adentro, las capas más meteorizadas o descompuestas y con diferentes acumulaciones de minerales por lixiviación o lavado del suelo, hasta llegar a la roca madre o fresca, de la cual se derivó el suelo.
Estos horizontes de suelo se han desarrollado a partir del material original subyacente.
Conforme avanza la descomposición del material, el agua que percola hacia abajo comienza a lixiviar algunos de los minerales y los deposita en niveles inferiores, los cuales, con el paso del tiempo, se vuelven más gruesos y alcanzan mayores profundidades.
Al mismo tiempo, el suelo está enriquecido en aluminio y potasio, al menos en un 50%; por el titanio, cuya abundancia se triplica; y por hierro férrico, cuya abundancia aumenta en un orden de magnitud en comparación con el lecho rocoso.
Cuando las lluvias son intensas pero estacionales, como en los climas monzónicos, el producto final de la meteorización es laterita rica en hierro y titanio.