Mercedes Formica

Admiradora de José Antonio Primo de Rivera, se afilió tempranamente a la Falange Española,[2]​de la que se fue desvinculando al constatar la desviación del régimen franquista del pensamiento joseantoniano y lo poco que progresaban sus reivindicaciones feministas.

«Sólo me casaría por amor y el camino más fácil para conseguirlo era lograr la independencia económica».

En 1933 sus padres se divorciaron y su madre no consintió el divorcio «amistoso», aquella ley contraria a los débiles, y por eso se vio obligada a sobrevivir en Madrid con sus hijas y sin poder ver a su hijo, una experiencia que le hizo tomar a Mercedes conciencia de la situación y la suerte de las mujeres separadas en España.

Le llamaron la atención algunos párrafos del discurso y preguntó por el orador, cuya existencia hasta ese momento ignoraba.

[12]​ Un día decidió rellenar la ficha para afiliarse al Sindicato Español Universitario (SEU).

[6]​ Su vida se orientó desde entonces a compaginar sus estudios universitarios con la participación en actividades de Falange Española.

[4]​ La Guerra Civil le sorprendió en Málaga, que habían visitado a menudo y conocía bien, con amistades en el barrio burgués del Limonar y la Caleta, donde acabaría viviendo mucho más adelante.

Por su parte, Mercedes y su marido asistían a tertulias donde acudían Sánchez Mazas, Eugenio Montes, César González-Ruano, Edgar Neville, Sebastián Miranda, Pilar Regoyos, Natividad Zaro, Mary Navascués, Conchita Montes, etc.

[18]​ En 1945 publicó en la revista Escorial su novela Bodoque, cuya trama principal gira en torno a un caso de separación matrimonial.

En 1947 viajó con su marido a Argentina, donde se presentó una muestra de artes plásticas, literatura, música y teatro español.

[4]​ Regresaron a España en diciembre y Formica decidió examinarse de las asignaturas que le faltaban para completar su titulación universitaria interrumpida por la guerra.

Le produjo indignación recordar que «José Antonio, cuyo nombre tanto se aireaba, nunca fue contrario a las universitarias».

Aceptó la dirección de la revista Feria —donde colaboraron, entre otros, Leopoldo Panero y Luis Rosales— pero la aventura no duró mucho tiempo, porque, privada de medios económicos, la revista desapareció.

No era la primera vez que había discusiones en ese matrimonio, pero ese día el marido fue más lejos; aunque ella había intentado separarse, el abogado le había advertido de que perdería su casa, sus hijos, sus bienes..., así que sólo le quedó el recurso de aguantar y resignarse hasta el límite de jugarse la vida en el verano de 1953.

Su artículo desató una intensa polémica sobre la situación de las mujeres separadas y la legislación matrimonial que no daba opción a las mujeres, donde optar por la separación significaba perder hijos, hogar y bienes.

Y el diario ABC abrió una encuesta entre juristas sobre la necesidad de modificar la legislación en estos aspectos.

[22]​ De acuerdo con los artículos 1.880 y siguientes de la ley procesal entonces vigente, la vivienda familiar se consideraba «casa del marido» y la esposa que pedía la separación —culpable o inocente— debía abandonar aquella para ser «depositada» en domicilio ajeno.

A la Iglesia como institución tocará decirla cuando logre reponerse de la sorpresa».

[4]​ En 1954, publica su novela A instancia de parte, donde muestra su preocupación como mujer y abogada por el doble rasero con que se medían los casos de adulterio entre hombres y mujeres,[22]​ presentando el tema desde la complejidad de seis diferentes puntos de vista: el del esposo adúltero (Julián), el marido engañado y que no denuncia a la esposa (Chano), la esposa falsamente acusada de adulterio (Aurelia), la esposa adúltera que no ha sido denunciada por su esposo (Esperanza), la que sí fue denunciada y, por lo tanto, cumple condena (Fuensanta), y la manceba o amante del esposo adultero (Bárbara).

Desde entonces, los jueces pudieron decretar que fuese la mujer quien disfrutase de la vivienda conyugal tras la separación.

Además se limitaron los poderes casi absolutos que tenía el marido para administrar y vender los bienes del matrimonio, dentro del marco establecido en la ley que, en su exposición de motivos, establece que si bien el sexo no puede originar desigualdades Formica reclamó la eliminación de otros preceptos legales que atentaban contra la dignidad de la mujer, como el tratamiento discriminatorio de la mujer adúltera frente al hombre adúltero en el Código Penal vigente entonces.

Pero ha logrado todavía más y ha sido el despertar con ese mismo tema la atención de los no-profesionales, de los hombres y las mujeres en general, es decir, de lo que se llama atención pública», escribió Antonio Garrigues,[26]​ sin embargo, no tuvo ni el reconocimiento del público general, ni el del movimiento feminista en particular.

Fascinada desde su juventud por el discurso de José Antonio Primo de Rivera, en sus memorias censura los planteamientos del Caudillo y asegura que hubiese preferido la disolución de Falange Española al «albondigón», nombre que ella utilizaba para referirse a la unión de tradicionalistas y falangistas decretada por Francisco Franco: En los relatos sobre la Guerra Civil española que atraviesan una parte importante de sus memorias, Formica se rebela contra la barbarie que supuso aquella guerra.

El historiador madrileño relata las numerosas ocasiones en las que se encontraba a Formica leyendo en el Archivo Histórico Nacional.

Placa conmemorativa del Ayuntamiento de Málaga dedicada a Mercedes Formica.