[10][11][12] Distintos autores han llamado la atención sobre el perfil localista del ‘casticismo madrileño’,[13] sin apreciar quizá que esa ‘chulería’ de sentirse el centro,[14] no ya de un imperio, sino del mundo, sellaba –en su megalomanía cultural e inocentemente pueblerina– su absoluta abstracción de todo lo que no fuera Madrid.El tema no pasó desapercibido a los maestros del 98; y así, mientras Unamuno lo glosa con vocación nacionalista (o fatalista) en su ensayo En torno al casticismo, Pío Baroja o Ramón del Valle-Inclán produjeron algunas de las mejores páginas literarias dedicadas al casticismo madrileño.[25] En esta línea, más culta, pretenciosa e intelectual, algunos autores convocan la existencia de una veta castiza metropolitana y cosmopolita con raíces en el Renacimiento italiano –aunque no queda clara su limitación al «todo Madrid».Así, José Carlos Mainer, en su estudio-prólogo a Casticismo, Nacionalismo y Vanguardia: (antología, 1927-1935) de Ernesto Giménez Caballero: No explican antropólogos ni historiadores –al menos los consultados– de qué modo el pícaro devino en héroe.[26][27] Pero sí lo explica la obra de Goya;[28] hay saltos culturales cuya comprensión racional parece reservada a los genios.Sea como fuere, los madrileños, con su ‘casticismo’ como estigma, volverían a protagonizar un episodio heroico y bastante más dilatado, pues si en la Guerra de Independencia Española el gesto de casta duró dos días, en la Guerra Civil española duró casi tres años.Sacando tres cartas al azar, aparecen, Fígaro, Fortunata y Max Estrella.[56] Un rumor sordo parece acompañar al caos, en tanto las reflexiones ya clásicas de un Fernando Fernán Gómez o un Luis Carandell libran batalla perdida con las conclusiones sin retorno de los Umbral, los Alpuente o hispanistas como Edward Baker.¿Y si a mí no me diera la gana De que fueras del brazo con él?