En sus instalaciones disfrutó el pueblo de Madrid junto a reyes, nobles y prelados.
El rey ordenó que el ayuntamiento de la villa se hiciese cargo de los corrales, les asignara una subvención fija y los arrendase en subasta pública.
Todo espectador que quiera reservar asiento en bancos o gradas debía pagar una triple entrada (para la compañía de actores, para el arrendador del corral y para la reserva de asiento).
[12] Ya en 1620, un año antes de que el Rey Planeta subiera al trono, la Plaza Mayor de Madrid se habilitó como espacio escénico para representaciones muy diversas, incluidas mascaradas y danzas.
[nota 5] En sus estatutos se especificaba que solo podían pertenecer a ella los actores y sus familiares más directos, como esposas o hijos sin emancipar, pero no otros parentescos cercanos, incluidos los padres.
[nota 6] La afición del primer borbón, Felipe V, por la ópera italiana, sirvió de pretexto para la construcción del último gran corral de comedias madrileño: el coliseo de los Caños del Peral, así llamado por levantarse en un solar cercano a los lavaderos con ese nombre conocidos.
[15] En la parte más alta, dibujada como un coliseo semicircular, puede verse la "tertulia",[nota 7] galería cerrada con celosías que protegían de miradas a los religiosos y otros personajes asistentes a las representaciones.
Debajo de la curia municipal, se sitúa la "cazuela" de mujeres del primer piso y bajo ella, los dos palcos alojeros, instalados en la galería baja, en la zona inmediata al zaguán de entrada al corral, en el porche situado al fondo del patio.
[16] Se ha documentado que tanto el corral de la Cruz como el del Príncipe disponían de pasadizos que comunicaban las casas contiguas con dependencias privadas con 'vistas' a la función.
Solían ser alquilados por familias o pequeñas sociedades al precio de 17 reales.
Todos estos "aposentos" estaban cerrados por espesas celosías, detalle recogido por el poeta Antonio Hurtado de Mendoza con estos versos: Conocido —y comentado con generosa morbosidad— es el dato de los "aposentos" privados que Felipe IV y su primera esposa tenían en los corrales del Príncipe y especialmente en el de la Cruz, preferido del monarca.
[17] José Deleito, erudito y divertido historiador y pedagogo español, reunió curiosa información en torno a los recursos publicitarios de los corrales para anunciar las funciones que se representaban.
Estaban escritos a mano con gruesos caracteres góticos y almagre.
[19] En esa época también se puso de moda entre algunos autores, más vanidosos que prudentes, colocarse a la puerta del corral para, si la obra era un éxito, recibir felicitaciones y plácemes.
[4][nota 9] También se ha documentado el alquiler del corral de la Pacheca por un empresario y actor italiano de la commedia dell'arte, el inquieto Alberto Naseli, más conocido como Zan Ganassa.
Las obras, iniciadas hacia 1743, fueron encomendadas al arquitecto Pedro de Ribera.
La estructura original cambió en 1735, año en que el arquitecto Juan Bautista Sachetti en colaboración con un jovencísimo Ventura Rodríguez, iniciaron las obras de un nuevo edificio que terminaron diez años después para convertirse en el nuevo Teatro del Príncipe, recinto cubierto en su totalidad, en el que además de teatro al uso, se ofrecían espectáculos de magia, animales y sombras chinescas.