Los críticos de cine Manuel Peña Rodríguez, que ese año había fundado el Museo Cinematográfico Argentino, y Chas de Cruz, un miembro adherente del Museo, bosquejaron en base al conocimiento personal de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood que habían adquirido en sus viajes como periodistas el camino para formar una similar en el país.
Otros delegados que estaban presentes y no ocuparon ningún cargo fueron el director Francisco Mugica, el director de fotografía Alberto Etchebehere, el sonidista Jorge Di Lauro, los actores Enrique Serrano, Paulina Singerman, Mecha Ortiz y Nicolás Fregues, el exhibidor Marcos Sánchez, los periodistas Luis María Álvarez y Raimundo Calcagno, los productores Atilio Mentasti, Miguel Machinandiarena y Olegario Ferrando, los argumentistas Sixto Pondal Ríos y Ramón Gómez Masía, el músico Alejandro Gutiérrez del Barrio y el escenógrafo Ralph Pappier.
Conforme sus estatutos la Academia "funcionará con carácter representativo y con fines exclusivamente artísticos, técnicos, culturales y sociales en cuanto se refiere a la aglutinación de la gran familia cinematográfica y el establecimiento de su prestigio.
Se entenderá por tales, aparte de aquellos que el organismo juzgue oportuno agregar, la otorgación anual de premios a las labores generales y especializadas más notables dentro de la producción cinematográfica argentina en la forma que se determine; el estímulo de las artes y ciencias cinematográficas mediante su estudio, experimentación, debate y práctica; el fomento de las relaciones entre las diversas ramas necesarias a los espectáculos de la pantalla y con las entidads similares del extranjero; las investigaciones de orden técnico; la valorización de las contricuione del cinemtógrafo a la cultura y conservación del régimen democrático de acuerdo con las leyes del país, complemento indispensable para la subsistencia y crecimiento del cinematógrafo.
Con el avance del gobierno peronista en el poder, la Academia fue adquiriendo un matiz cada vez más politizado y hubo quienes acusaron que directivos de la misma recibían favores del Estado en materia de créditos y película virgen (que escaseaba ya desde la guerra), tal como por ejemplo se sugiere en el filme Ay, Juancito, de Héctor Olivera.