Desde este «dorado retiro» Fernando VII escribiría cartas muy afectuosas a Napoleón, felicitándole por sus victorias en España y expresándole su deseo de convertirse en «hijo adoptivo suyo».
[21][22] Ante las posibles dudas de Fernando VII, Napoleón le ofreció que volvería a España como rey absoluto.
Y añadió: «No quiero España para mí, ni quiero disponer de ella; pero ya no quiero entrometerme en los asuntos de este país excepto para vivir allí en paz y tener disponible mi ejército» («Je ne veux pas l’Espagne pour moi, ni je n’en veux pas disposer; mais je ne veux plus me mêler dans les affaires de ce pays que pour y vivre en paix et rendre mon armée disponible»).
Esto implicaba que España rompía su alianza con Inglaterra y abandonaba la Sexta Coalición antinapoleónica.
[33][21][34] Pero el viaje del duque de San Carlos y del general Palafox a Madrid, según Emilio La Parra López, no «fue infructuoso en lo relativo a preparar los ánimos para terminar con el constitucionalismo».
[35][38][39] El general Villacampa informó a las Cortes de que «el partido llamado servil ha enviado gente a los pueblos inmediatos a repartir dinero para hacer gente que cause un trastorno general» y que en la operación «hay indicios de hallarse comprendidos grandes personages [sic] y algunos individuos de las cortes».
«Al pretender hacerle jurar la Constitución antes de dar paso alguno y considerar este acto requisito previo para su reconocimiento como rey, sin ofrecerle alternativa de otro tipo, pusieron en un brete a Fernando VII.
[44] Ese mismo día Fernando VII enviaba una carta a la Regencia anunciando su salida hacia España en la que aseguraba que «en cuanto al restablecimiento de las Cortes, como a todo lo que pueda haberse hecho en mi ausencia que sea útil al reino, siempre merecerá mi aprobación, como conforme a mis reales intenciones» ―la carta sería publicada dos semanas después por varios periódicos, y su contenido tranquilizó a los liberales sobre sus intenciones―.
Fueron despedidos con salvas de artillería del ejército francés a las órdenes de Suchet que los había escoltado desde la frontera, y a continuación las tropas españolas vitorearon al rey y desfilaron ante él.
Finalmente, la Regencia le aseguraba que entregaría el poder al rey en cuanto este jurara la Constitución.
Esta decisión del rey se ha interpretado como una forma de demorar su entrada en la capital.
[54] Según relataron después los absolutistas, allí el rey obligó al presidente de la Regencia a que le besara la mano, como signo de sumisión, lo que fue celebrado por el periódico absolutista El Lucindo, redactado por Justo Pastor Pérez: «Triunfaste, Fernando, en este momento, y desde este momento empieza la segunda época de tu reinado».
[55] Fernando VII y el cardenal Borbón hicieron juntos su «entrada triunfal» en Valencia.
[60] En este ambiente tan favorable al absolutismo que se vivía en Valencia se acabaron de disipar todas las dudas que Fernando VII pudiera aún albergar sobre si jurar o no la Constitución.
«Si el rey vuelve y tiene valor echará por tierra toda esta fábrica», le había escrito Wellington al ministro de la Guerra británico antes del retorno de Fernando VII a España.
[64] En la entrevista el duque de San Carlos le había solicitado el apoyo expreso del gabinete británico y del generalísimo Wellington a la decisión del rey de no jurar la Constitución y en principio el embajador se lo negó aconsejándole prudencia para no crear enfrentamientos entre españoles (la política que iba a seguir Luis XVIII en Francia), «pero cuando San Carlos le aseguró que se disolverían las Cortes ―si fuera necesario, por la fuerza, dijo―, que se convocarían otras para formar una nueva Constitución y se crearía una segunda cámara compuesta por la nobleza y el alto clero, el embajador británico cambió de actitud.
[67] Todos estos hechos, conocidos a través de los periódicos, suscitaron una gran preocupación entre los liberales de Madrid y del resto de España, aunque muchos no culpaban al rey, sino a los «hombres pérfidos» que lo rodeaban y seguían confiando en que en cuanto llegara a la capital juraría la Constitución.
Lo mismo sucedió con la carta enviada por los dos regentes que habían permanecido en la capital, Agar y Ciscar.
Estas dos últimas propuestas fueron del agrado de Fernando VII, pero no la primera ya que, según Emilio La Parra López, «la monarquía definida por los persas no cuadraba exactamente con la deseada por él, debido a las limitaciones del poder real».
[71][72][21][73] El historiador Josep Fontana ha llamado la atención sobre un «enigmático fragmento» del Manifiesto de los persas «que hace sospechar que las cosas iban más bien encaminadas a preparar un golpe de fuerza».
Pero lo triste de este último remedio hacía trémula la pluma con que íbamos a firmarlo».
En consecuencia, el rey anunciaba (por primera vez públicamente) que no juraría la Constitución.
[78] Josep Fontana lo ha calificado como el «auténtico manifiesto del golpe de Estado contrarrevolucionario».
[79] Por otro lado, como han destacado Ángel Bahamonde y Jesús A. Martínez, el Decreto, que «era la expresión de un golpe de Estado en todas sus dimensiones», también «justificaba y limpiaba la actitud del Monarca en Bayona».
Una multitud se dirigió a las cárceles donde estaban presos los liberales para insultarles y amenazarlos de muerte.
[85][86][62] Uno de los diputados detenidos, el clérigo liberal Joaquín Lorenzo Villanueva, escribió seis años después cuando recobró la libertad:[87]
Los periódicos absolutistas también publicaron artículos en que acusaban a los liberales de «traidores», equiparándolos con los «afrancesados».
[95] Fernando VII nombró el mismo 4 de mayo en que firmó el Manifiesto del golpe a los seis secretarios del Despacho, que no conformaban un gobierno propiamente dicho, pues sus integrantes se reunían separadamente con el rey y no de forma conjunta como en los consejos de ministros.
[97] Como conclusión, Ángel Bahamonde y Jesús A. Martínez han afirmado que «se había consumado un golpe de Estado sin oposición y se había levantado de nuevo el edificio del Antiguo Régimen, pero se habían mostrado los graves problemas del Estado y las fisuras para afrontarlos.
Los también historiadores Ángel Bahamonde y Jesús A. Martínez se han planteado la misma cuestión.