[8][9] En Bayona Napoleón logró que Fernando VII devolviera la corona a su padre, Carlos IV y este, con la anuencia del resto de la familia real, le cediera los derechos de la Corona española, y él a su vez designó como nuevo rey de España a su hermano mayor José Bonaparte.
[7][10] Fernando VII, su hermano don Carlos y su tío don Antonio quedaron confinados en el «Château» de Valençay ―desde este «dorado retiro» Fernando VII escribiría cartas muy afectuosas a Napoleón felicitándole por sus victorias en España y expresándole su deseo de convertirse en «hijo adoptivo suyo»―.
[11] Las abdicaciones de Bayona no fueron reconocidas por las Juntas y estas juraron su fidelidad a Fernando VII mientras que una minoría ―los «afrancesados»― apoyó a José I, quien se instaló en el Palacio Real de Madrid, tras haberse aprobado el Estatuto de Bayona que regiría la «monarquía josefina».
El 21 llegó al castillo a hablar con Fernando, con quien estuvo analizando la situación bastante tiempo.
[29] Por otro lado, con la propuesta que le hizo a Fernando VII, Napoleón ignoraba los derechos al trono español de su hermano José I que, aunque hacía cinco meses que había cruzado la frontera franco-española, seguía siendo el rey de España de acuerdo con la legalidad imperial.
Y añadió: «No quiero España para mí, ni quiero disponer de ella; pero ya no quiero entrometerme en los asuntos de este país excepto para vivir allí en paz y tener disponible mi ejército» (“Je ne veux pas l’Espagne pour moi, ni je n’en veux pas disposer; mais je ne veux plus me mêler dans les affaires de ce pays que pour y vivre en paix et rendre mon armée disponible”).
En el artículo 5.º que «las provincias y plazas actualmente ocupadas por las tropas francesas serán entregadas a los Gobernadores y a las tropas Españolas que sean enviadas por el Rey».
En el artículo 11.º que «los prisioneros hechos de una y otra parte serán devueltos».
Además el artículo 14.º señalaba concertar un tratado de comercio entre ambas potencias.
[32] Así pues, conforme a los artículos 6.º y 7.º, las tropas británicas[32] como francesas abandonarían al mismo tiempo el territorio español.
[32] Inmediatamente después de la firma del tratado el duque de San Carlos viajó a Madrid ―a donde se iban a trasladar desde Cádiz las Cortes, la Regencia y las autoridades constitucionales; llegarían en enero de 1814―[34][21][35] para intentar conseguir el requisito imprescindible para que entrara en vigor el tratado: que la Regencia constitucional ―que desde 1810 ostentaba la máxima autoridad en la España «patriota» en nombre del «rey ausente»― y las Cortes lo ratificaran, lo cual era una misión en extremo difícil porque esas mismas Cortes habían aprobado el 1 de enero de 1811 un decreto por el que declaraban que no reconocerían ningún acto del rey Fernando VII hasta que no hubiera recuperado plenamente la libertad y estuviera en España; el decreto también decía que cualquier violación del mismo sería considerado como «un acto hostil contra la patria».
En el decreto también se establecía que el rey no podía entrar en España acompañado de ningún extranjero, y de ningún afrancesado, y que para llegar a Madrid, donde juraría la Constitución ante las Cortes, debía seguir la ruta que le fijara la Regencia.
[42][43] A pesar del que el Tratado de Valençay no había sido ratificado, Napoleón dejó marchar a Fernando VII ya que precisaba contar con urgencia con las tropas francesas acantonadas en Cataluña, Aragón y Valencia ―especialmente valiosas porque estaban compuestas por veteranos― para hacer frente a su delicada situación militar, pues los ejércitos de la Sexta Coalición ya habían penetrado en territorio francés ―el 30 de marzo ocuparían París y el 6 de abril abdicaría Napoleón, siendo finalmente confinado en la isla de Elba―.
[44] Ese mismo día Fernando VII enviaba una carta a la Regencia anunciando su salida hacia España en la que aseguraba que «en cuanto al restablecimiento de las Cortes, como a todo lo que pueda haberse hecho en mi ausencia que sea útil al reino, siempre merecerá mi aprobación, como conforme a mis reales intenciones» ―la carta sería publicada dos semanas después por varios periódicos, y su contenido tranquilizó a los liberales―.
Allí les esperaba el mariscal Suchet con órdenes expresas de Napoleón de conducirlos a Barcelona, donde quedarían retenidos hasta que las tropas francesas hubieran abandonado España.
Fueron despedidos con salvas de artillería del ejército francés a las órdenes de Suchet que los había escoltado desde la frontera, y a continuación las tropas españolas vitorearon al rey y desfilaron ante ellos.