En este caso se incluyen también los mizrajíes, quienes en su gran mayoría habían adoptado el rito sefardí durante sus contactos con judeoespañoles del Imperio otomano en tiempos de su mayor expansión (que incluía partes de Oriente Próximo, desde El Cairo hasta Bagdad, y más allá).[4] En la actualidad, la comunidad sefardí alcanza los dos millones de integrantes, la mayor parte residente en Israel, Francia, Estados Unidos, Argentina y Canadá.También hay comunidades en Turquía, Brasil, México,[5] Chile, Colombia, Marruecos, Perú, Túnez, Países Bajos, Panamá e Italia.[6][7] Durante el siglo XIX, el vocablo «sefardí» se empleaba además para designar a todo judío que no era de origen asquenazí (judíos de origen alemán, centroeuropeo o ruso).Algunas poblaciones, como Lucena, Hervás, Ocaña y Guadalajara, estaban habitadas principalmente por judíos.De hecho, Lucena estuvo habitada exclusivamente por judíos durante siglos en la Edad Media.Un anillo fenicio del siglo VII a. C., hallado en Cádiz, con inscripciones paleo-hebraicas y un ánfora en la que aparecen dos símbolos hebreos del siglo I, encontrada en Ibiza, figuran entre las pruebas de la presencia judía en la península ibérica.A partir del año 711 las juderías aumentan en número y en tamaño por toda la península.La victoria del bereber Táriq ibn Ziyad aseguraba un ambiente de mejor convivencia para los hebreos, ya que la mayor parte de los regímenes musulmanes de la península ibérica fueron bastante tolerantes en asuntos religiosos y aplicaron la ley del impuesto a los dhimmi (judíos y cristianos), que, junto con los mazdeítas, eran considerados las gentes del libro, según lo estipulado en el Corán.Por lo tanto, es bajo el dominio del Islam cuando la cultura hebrea en la península alcanza su máximo esplendor.Además, los estudios religiosos y la filosofía son quizás la más grande aportación; algunos nombres destacan en tales áreas.El rabino cordobés Moshé ibn Maimón, conocido como Maimónides, se distingue sobre los demás por sus aportes al campo de la medicina, y sobre todo en la filosofía.Los que corrieron mejor suerte fueron los que se instalaron en los territorios del Imperio Otomano, tanto en el norte de África y el Oriente Próximo como en los Balcanes, después de haber pasado por Italia.El sultán Bayaceto II dio órdenes para que fueran bien acogidos y exclamó en una ocasión refiriéndose al rey Fernando: «¿A este le llamáis rey que empobrece sus Estados para enriquecer los míos?».Este mismo sultán le comentó al embajador enviado por Carlos V «que se maravillaba de que hubiesen echado a los judíos de Castilla, pues era echar la riqueza»..[14] Como algunos judíos identificaban España, la península ibérica, con la Sefarad bíblica (término tomado por los sefarditas del fenicio Span, que significa país lejano o escondido, habida cuenta de la gran distancia que existe entre la península ibérica e Israel, y finalmente hebraizado S'farad), los judíos expulsados por los Reyes Católicos recibieron el nombre de sefardíes.Estos, además de su religión, «guardaron asimismo muchas de sus costumbres ancestrales y particularmente conservaron hasta nuestros días el uso de la lengua española, una lengua que, desde luego, no es exactamente la que se hablaba en la España del siglo XV: como toda lengua viva, evolucionó y sufrió con el paso del tiempo alteraciones notables, aunque las estructuras y características esenciales siguieron siendo las del castellano bajomedieval.[17] Buena parte de los judíos expulsados fueron acogidos en el Imperio otomano, que a la sazón estaba en su máximo apogeo.Es famosa su frase: Gönderenler kaybeder, ben kazanırım: «Aquellos que les mandan pierden, yo gano» (Pulido, 1993).Los sefardíes continuaron hablando, durante casi cinco siglos, el castellano antiguo, más conocido hoy como judeoespañol, que trajeron consigo de España, a diferencia de los sefardíes que se asentaron en países como Países Bajos e Inglaterra.La amistad y las excelentes relaciones que los sefardíes tuvieron con los turcos persiste aún a la fecha.La derrota del Imperio otomano en la Primera Guerra Mundial significó para las comunidades griegas el término de sus privilegios y, años más tarde, su total destrucción.Se inicia entonces la salida de muchos sefardíes, nuevamente hacia el exilio en diferentes países (Mazower, 2005).Aunque en algunos casos Grecia concedió pasaportes y garantías a los sefardíes como ciudadanos del reino, estos nunca estuvieron vinculados con su nueva «patria».Así, se ordenó a los cónsules de España en Alemania y en los países ocupados o satélites del Eje que no concedieran pasaportes o visados a los judíos que lo solicitaran excepto si eran súbditos españoles.[24] Este último ha destacado que "la contradicción española radica en que España no quería tolerar la persecución de sus judíos, pero, por otra parte, no estaba dispuesta a permitir su inmigración y carecía de una política clara al respecto".Tienen su propia representación en la Knéset e incluso un rabino actúa como jefe de la comunidad, Shlomo Amar.Esta institución edita periódicamente la revista Aki Yerushalayim, totalmente impresa en judeoespañol y que contiene artículos de interés para la comunidad sefardí.Aquellos que toman una cualidad física o psíquica para identificar a un individuo dentro del grupo, como Cano, Calvo, Moreno, Pardo, Rubio, Petit.Es cierto que los judíos tomaron tradicionalmente apellidos inspirados en personajes bíblicos, pero esos son también comunes en los individuos de religión islámica o cristiana.En hebreo escribió el cabalista Sabbatai Zevi, que fue considerado «mesías» por sus seguidores y dividió a la comunidad judía.
Calle de Ladadika, en uno de los antiguos barrios judíos de
Salónica
.
Gazeta de Ámsterdam
, Países Bajos, 12 de septiembre de 1672. Los hebreos de Ámsterdam imprimían un periódico que muestra, en primera plana, el interés de la comunidad judía por lo que sucedía en ese entonces en Madrid y, leía además las noticias en español—después de
180 años
de haber sido expulsada de España (1492;
Beth Hatefutsoth
).