[4] El primer embrión del partido monárquico sería el Círculo Monárquico Independiente fundado por Juan Ignacio Luca de Tena, director y propietario del diario ABC, periódico que estaba desarrollando una campaña a favor de una monarquía autoritaria y antidemocrática.
[10] Para la justificación ideológica de lo que se proponían hacer los monárquicos fundaron meses más tarde, por iniciativa de Vegas Latapié, la revista ‘’Acción Española’’, respaldada por una sociedad cultural del mismo nombre, que tomó como modelo l’Action Française.
[13] Los monárquicos alfonsinos buscaron la colaboración con los carlistas quienes también se estaban preparando para derribar la República ―la primera reunión conspirativa carlista había tenido lugar el 14 de junio en Leiza donde se habían reunido los integrantes del Comité de Acción creado en París el año anterior por el pretendiente don Jaime; pocos días después se decidía la reorganización del Requeté para convertirlo en una fuerza insurreccional y se acrecentaba el activismo violento de la Agrupación Escolar Tradicionalista (ATE)―.
El 2 de octubre falleció don Jaime siendo nombrado como sucesor su tío Alfonso Carlos de Borbón, quien se entrevistó con el exrey Alfonso XIII al mes siguiente.
El 24 de febrero de 1932 el general Barrera se entrevistó con el embajador italiano en Madrid Ercole Durini di Monza al que comunicó que su objetivo era llevar al gobierno a hombres que «se opongan al bolchevismo y restauren el orden», señalando como posibles cabezas de ese gobierno al general Manuel Goded, entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, y al general Sanjurjo, muy molesto con el gobierno republicano-socialista de Manuel Azaña porque veinte días antes le había destituido como director general de la Guardia Civil, recibiendo como «compensación» la Dirección General de Carabineros, un cargo con mucha menor entidad.
Sin embargo, «no parece que el político radical se implicara más allá de ser el eventual beneficiario político de la conjura», afirma Eduardo González Calleja.
[19] La otra trama civil de la conspiración sí era netamente antirrepublicana pues estaba protagonizada por los monárquicos, tanto alfonsinos como carlistas, que habían constituido un comité o junta del alzamiento presidida por el general Barrera y a la que en julio se incorporó el general Sanjurjo, que estaba realizando un juego a dos bandas entre las dos tramas.
El 7 de agosto los monárquicos del exilio y del interior, incluido el líder de Acción Popular José María Gil Robles ―que finalmente se mantendría a la expectativa―, se reunieron en Biarritz.
Meses antes, en abril de 1932, el comité había enviado a Roma al aviador monárquico Juan Antonio Ansaldo para que recabara el apoyo de la Italia fascista a la conspiración.
[20][21] Dada la heterogeneidad del grupo conspirador parece que se llegó al acuerdo de que tras el triunfo del golpe y la instauración de una dictadura militar provisional encabezada por el general Sanjurjo se convocarían a medio plazo unas nuevas Cortes Constituyentes ―o se realizaría un plebiscito― que serían las que decidirían la forma de gobierno, si monarquía o república, y en caso de monarquía quién detentaría la Corona si el exrey Alfonso XIII o el pretendiente carlista Alfonso Carlos de Borbón.
[23][24] Según Gabriel Jackson, «los conspiradores habían contado igualmente con que el general Franco se sublevaría en La Coruña; pero éste decidió unos días antes no sumarse, pues no creía que el pronunciamiento tuviera éxito».
Para desactivar la intentona golpista, Azaña contó con la colaboración del jefe de su gabinete militar, el teniente coronel Hernández Saravia, y del director general de Seguridad, el militar Arturo Menéndez López.
Se les unieron unos cien paisanos, en su mayoría militares retirados y algunos militantes monárquicos.
[28][29][30] El publicista franquista Joaquín Arrarás escribió nada más acabada la guerra civil española que Azaña había contemplado los combates desde el balcón del edificio del Ministerio de la Guerra.
Allí Sanjurjo podría empezar su plan de «restablecimiento del orden» a escala nacional.
Estableció su cuartel general en la casa del marqués de Esquivel, donde se le unieron el general Miguel García de la Herrán y unos veinte jefes y oficiales adictos.
Con esas fuerzas se formó una columna que se dirigió a la Plaza Nueva para proclamar frente al Ayuntamiento y al Gobierno Civil el estado de guerra en todo el territorio de la Segunda División Orgánica.
En el manifiesto no se tomaba partido ni por la Monarquía ni por la República —la cuestión quedaba aplazada a unas futuras elecciones que determinaran «la representación legítima de todos los ciudadanos»— y se condenaba al gobierno de Azaña y a las Cortes Constituyentes a las que declaraba ilegítimas «por el régimen de terror en que fueron convocadas» y facciosas «por la prorrogación de sus funciones a extremos ni siquiera consignados en su propia convocatoria».
[39] El resto de las unidades militares destinadas en la capital sevillana fueron uniéndose a la sublevación.
La única excepción fue el Aeródromo de Tablada, que se mantuvo fiel al gobierno.
Se intentó incluso volar un puente próximo a Lora del Río pero los que estaban encargados de realizar la operación fueron detenidos por fuerzas leales al gobierno.
A las 01:00 horas del 11 de agosto varios oficiales de la guarnición sevillana acudieron a hablar con Sanjurjo y le comunicaron que no lucharían contra las columnas gubernamentales que se dirigían hacia Sevilla.
[49] Excepto Sevilla y Madrid, ninguna otra capital secundó el golpe.
En otras urbes andaluzas como Cádiz, Córdoba o Granada no pasó nada.
[48] En Cádiz, de hecho, fue detenido el coronel José Enrique Varela.
El 11 de agosto fue aprobada con carácter urgente una ley que autorizaba al gobierno a apartar a todos los funcionarios militares y civiles que «realicen o hayan realizado actos de hostilidad o menosprecio contra la República».