[10] Mayor oposición si cabe despertó entre los patronos y los hombres de negocios la política social del régimen que según ellos había «multiplicado las ventajas de la legislación social» y que se estaba haciendo a su costa al verse obligados a pagar más impuestos para financiarla.El 4 de septiembre los jefes y oficiales en activo iniciaron un «plante» consistente en la reclusión voluntaria en sus acuartelamientos.[43][44] Los intentos de golpes de estado eran una novedad que había legitimado la propia Dictadura —era lícito recurrir a la fuerza militar (al viejo pronunciamiento) para derribar un gobierno y cambiar un régimen— y «en este sentido, la Dictadura fue como un retorno a la política del siglo XIX», ha afirmado Santos Juliá.Declaro que jamás conocí una tan encarnizada y tenaz amenaza contra nuestro ideario democrático», le dijo también.[51] Poco después un grupo de oficiales, entre los que se encontraban Ramón Franco, Juan Hernández Sarabia, Arturo Menéndez, Fermín Galán y Ángel García Hernández —estos dos últimos encabezaron la sublevación de Jaca; los tres primeros desempeñaron cargos importantes durante la Segunda República— fundó la clandestina Unión Militar Republicana.Así, estos sectores del ejército derivaron de un sentimiento antidictatorial hacia uno antimonárquico, o al menos antialfonsino.[...] En 1923 había un ejército relativamente unido, aunque de forma frágil, y al servicio del rey.[55] La protesta contra la Ley Callejo se acentuó en 1929 —en aquel año ya había matriculados 60 000 estudiantes cuando en 1923 solo eran 22 000—.Una semana antes fue cerrada la Universidad de Barcelona tras producirse enfrentamientos entre estudiantes y jóvenes de la Unión Patriótica (JUP) que habían sido movilizados por la Dictadura para acabar con la huelga y a los que se había autorizado a llevar revólveres (aunque este permiso fue revocado más tarde).Al contrario que los jóvenes fascistas [italianos]... las JUP se mostraron ineptas a la hora de frenar las movilizaciones antidictatoriales».[68] La derogación del artículo 53, sin embargo, no detuvo la protesta estudiantil —«una dictadura que capitula es un régimen vencido, y los estudiantes se daban perfecta cuenta de ello», advierte Ben Ami—.[69] Como ha señalado Shlomo Ben Ami, Primo de Rivera «no hizo el menor esfuerzo por captar a los intelectuales.[80] El siguiente conflicto también tuvo como protagonista al catedrático Sáinz Rodríguez, quien en la apertura del curso 1924-1925 en la Universidad Central criticó a la Dictadura.[84] En abril de 1929 Federico García Lorca y Pedro Salinas, dos destacados poetas de la llamada Generación del 27 cuyos miembros no se habían inmiscuido en temas políticos (sí que lo harían durante la Segunda República, en su inmensa mayoría a favor de esta), publicaron una carta abierta a los intelectuales en la que se manifestaban en contra del «apoliticismo» y hacían un llamamiento a los hombres con sensibilidad liberal.[92] Al mes siguiente se decidió atajar uno de los problemas de fondo, el elevado déficit presupuestario, y se puso fin al Presupuesto Extraordinario, el artificio contable que había ideado Calvo Sotelo para aumentar el gasto público sin que esto supusiera aparentemente un aumento del déficit, pero Calvo Sotelo se siguió negando a devaluar la peseta, porque lo consideraba una decisión «antipatriótica» —además implicaba reconocer la debilidad de la Dictadura—.[118] Por esas fechas se publicaran dos biografías de Fernando VII, «claro subterfugio para criticar al rey y eludir la censura», según Miguel Martorell Linares.Todos los partidos firmantes se comprometieron a permanecer unidos hasta conseguir la caída de la Dictadura.Sin embargo, estas defecciones no debilitaron a la Alianza que en julio de 1929 decía contar con unos 200 000 afiliados.[135] En cuanto a Estat Català, liderado por Francesc Macià, apostó decididamente por la vía insurreccional creando los escamots y recaudando fondos para la compra de armas.Gallastegui, como Macià, realizó un viaje por América Latina y Estados Unidos recorriendo los centros vascos.Los dirigentes anarquistas que lograron huir abandonaron Francia y buscaron refugio en Bélgica o en América Latina.[195] Además, al cuestionar el anteproyecto de Constitución «Primo estaba metiendo a su régimen en un callejón sin salida», ha señalado Alejandro Quiroga.[200] Sin embargo, Alejandro Quiroga ha advertido que «el dictador jamás especificó cuando se iba a producir su marcha».«Sería flaqueza y deserción impropia de los hombres que aceptaron gobernar en condiciones bien difíciles... dejarse impresionar y deprimir por hablillas clandestinas emanadas de sectores descontentos, contumaces en la rebeldía, que no en cantidad ni en calidad representan la centésima parte del pueblo español», añadió.En primer lugar, era un reconocimiento tácito de que la legitimidad última del régimen permanecía depositada en el Ejército, no en fantasmales plebiscitos populares o en ficciones pseudoparlamentarias.[224] También es compartida por Alejandro Quiroga —«Primo apelaba directamente a los altos mandos del Ejército, a quienes reconocía como única instancia legítima de su dictadura, y quitaba al rey su potestad de destituirle»—[225] y por Javier Moreno Luzón —«esta maniobra resultaba intolerable para don Alfonso, pues al incluir otra instancia decisoria ponía en duda la libérrima prerrogativa regia»—.El monarca entendió que Primo estaba dando un "golpe" contra su capacidad para nombrar y destituir a los ministros de su Gobierno».[212][235] Esta valoración no es compartida por otros historiadores como Shlomo Ben Ami[232] o Alejandro Quiroga.Este último considera que la consulta a los capitanes generales «no fue una especie de "suicidio" político intencionado, sino una apuesta bastante arriesgada por mantenerse en el cargo... Otra cosa es que Primo de Rivera calculara mal, como fue el caso».«Alfonso XIII, que era desde hacía seis años un rey sin Constitución, nombró al general Dámaso Berenguer [entonces jefe de la casa militar del rey][243] presidente del gobierno con el propósito de retornar a la normalidad constitucional», afirma Santos Juliá.
El rey
Alfonso XIII
, con uniforme de capitán general, pasando revista a las tropas. Detrás el dictador Primo de Rivera y a su izquierda el general
Joaquín Milans del Bosch
, capitán general de Cataluña y, posteriormente, jefe de la Casa Militar del Rey.
Cartel de la
Exposición Iberoamericana de Sevilla
inaugurada por el rey Alfonso XIII y por el dictador el 9 de mayo de 1929. Asegurar su éxito, así como la de
Barcelona
, fue uno de los motivos que llevaron a Primo de Rivera a ceder finalmente ante la rebelión estudiantil.
Monumento a
Ramón y Cajal
en el
Parque del Retiro
de
Madrid
, cuya inauguración el 24 de abril de 1926 provocó un nuevo enfrentamiento entre Primo de Rivera y los intelectuales críticos con su régimen.
El anarquista
Juan García Oliver
en 1936 cuando fue ministro de Justicia del gobierno de la
Segunda República
en los inicios de la
guerra civil
. Durante la Dictadura de Primo de Rivera defendió la «acción directa» para derribarla.
El general
Severiano Martínez Anido
, ministro de la Gobernación y mano derecha de Primo de Rivera, dirigió la política represiva del régimen, aplicando los mismos métodos «resolutivos» que los que empleó durante la «guerra social» de Cataluña (1919-1923) desde su puesto de gobernador civil de Barcelona.
Alfonso XIII junto a su madre
María Cristina de Habsburgo
en 1924. María Cristina aconsejó en repetidas ocasiones a su hijo sobre temas políticos. Su muerte, el 6 de febrero de 1929, supuso un duro golpe para el rey.
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Salón del restaurante
Lhardy
donde se reunió Primo de Rivera con su gobierno a principios de diciembre de 1929 para acordar el plan de transición que recibiría el nombre del restaurante, situado en la
Carrera de San Jerónimo
de
Madrid
.
Primo de Rivera hacia 1930.
Alfonso XIII en 1930.
Fachada principal del Hotel Pont Royal de París, situado en el barrio de
Saint Germain-des-Prés
. Allí falleció el general Primo de Rivera el domingo 16 de marzo de 1930.