Durante diez años, no pasa una semana sin que inaugure una escuela o un ambulatorio en una zona montañosa alejada, vestido con el poncho tradicional de la región.
Las cámaras de televisión son fieles a la cita para retransmitir esta teatralización del presidente en acción».
[4] Si en las «dictaduras del miedo» (fear dictatorship) los dictadores imponen su poder sobre la población mediante la represión violenta, la intimidación, la coerción e, incluso, mediante el terror,[5] en las «dictaduras de la manipulación» (spin dictatorship) los dictadores se sostienen conformando la opinión pública para conseguir que la población los apruebe e incluso los apoye con entusiasmo.
[12] Mientras que los «dictadores del miedo» ejercen un control total sobre los medios de comunicación de masas, unos prohibiendo o nacionalizando los medios privados, pero todos estableciendo una censura implacable que no se preocupan en ocultar —tanto Mao como Hitler ordenaron quemas públicas de libros— y encarcelando e intimidando a periodistas, escritores e intelectuales que contradijeran la ideología del régimen o desafiaran su poder,[13] los «dictadores de la manipulación» ni nacionalizan los medios ni recurren a una censura burda sino que los «manejan» hábilmente en su provecho.
Todos utilizan el gasto en publicidad gubernamental, cuya cuantía han aumentado considerablemente, para beneficiar exclusivamente a los medios favorables.
[15] Los medios que no controlan (los de menor difusión) son sometidos a una intensa presión.
Sus directores y periodistas son objeto de innumerables demandas por difamación o libelo cuyas condenas acarrean multas cuantiosas e incluso breves período de cárcel; son acosados con medidas coercitivas y multas por supuestamente infringir ciertas leyes o reglamentos (como evadir impuestos, «fomentar la pedofilia», «enaltecer el terrorismo», etc.); les limitan el acceso al papel de prensa; boicotean sus emisiones en ciertas ocasiones alegando «problemas técnicos»; desacreditan a las fuentes de sus informaciones y a los propios periodistas recurriendo a los medios controlados por ellos cuando no lo hacen ellos mismos (en Ecuador Rafael Correa llamó a ciertos periodistas críticos «sicarios de tinta»; Hugo Chávez, «terroristas de guante blanco»); acallan sus mensajes críticos desviando la atención del público hacia otros temas o lanzando una avalancha de contenidos progubernamentales (Hugo Chávez tenía su propio programa de televisión dominical llamado Aló Presidente; Putin y otros recurren a bots para inundar las redes sociales con mensajes favorables o a trols para difamar a los periodistas críticos).
[17] Mientras que los «dictadores del miedo» denigran y se mofan de la democracia liberal —Hitler decía que en la «democracia parlamentaria, todo el mundo tiene voz y no se puede decidir nada»; «No vamos a renunciar a nuestro país por una simple X en una papeleta», decía Robert Mugabe—, llegando en ocasiones a apropiarse del término incluyéndolo en el nombre de sus Estados —como en las comunistas República Democrática Alemana y República Popular Democrática de Corea—, y algunos celebran elecciones no competitivas, que solo sirven para glorificar (o legitimar) al dictador —otros, como Mao Zedong o el general Franco, ni se molestan en convocarlas—,[18] los «dictadores de la manipulación» la subvierten desde dentro —usan la «democracia para socavar la democracia», una expresión utilizada por el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze para referirse a Hugo Chávez—, al mismo tiempo que fingen ser «demócratas» y convierten las elecciones, con apariencia de ser competitivas, en «mecanismos para transformar la popularidad en otras formas de poder».
También se valen del exterior para simular que su régimen es democrático (por ejemplo, creando organismos de observadores internacionales afines que legitimen sus elecciones fraudulentas, como el CIS-EMO ruso o el CEELA latinoamericano) o para detener a los opositores que viven en el extranjero (pidiendo una orden de detención internacional a la Interpol tras acusarlos falsamente de delitos no políticos).
cuya finalidad es colaborar entre sí para mantener en el poder a sus miembros y conservar así la riqueza obtenida mediante prácticas corruptas que quedan impunes (cleptocracia).
Según Applebaum, la invasión rusa de Ucrania iniciada en febrero de 2022 es «el primer conflicto armado a gran escala entre Autocracia S. A. y lo que cabría describir, sin ser muy precisos, como el mundo democrático.
Todo ello le permitía a Lee Kuan Yew afirmar que Singapur era un país libre y una democracia.
Pero dos días después Fujimori se encontraba a la defensiva ante la rotunda condena internacional que había provocado su «autogolpe» y la amenaza de sanciones por lo que se dirigió personalmente al diario El Comercio acompañado por el jefe de las Fuerzas Armadas para admitir que había sido «un error de mi gobierno» enviar censores militares al periódico y ofrecer «sinceras disculpas por las molestias ocasionadas».
Así comenzó el «fujimorato», con Vladimiro Montesinos, a quien Fujimori nombró jefe del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), actuando en la sombra.
Para lo segundo idearon una forma nueva y más hábil de manejar a los medios, tanto estatales como privados.
[43] «Utilizó su popularidad inicial para dinamitar los controles y equilibrios del sistema constitucional venezolano.
El Consejo Nacional Electoral y la Fiscalía General de la República también fueron copadas por «chavistas».
Asimismo controló la empresa petrolera nacional PDVSA, y con sus ingresos pasó a financiar programas para combatir la pobreza, teniendo presente que los sectores populares constituían su principal apoyo.
[46] Además contaba con su propio programa de televisión semanal que duraba varias horas: Aló Presidente.
[48] En el llamado «Mensaje del milenio», pronunciado nada más ser nombrado por Yeltsin para sucederle, Putin ya dejó claras sus intenciones cuando dijo que los rusos debían volver a sus valores históricos fundamentales del patriotismo y un Estado fuerte.
Putin se volvió a presentar y ganar las elecciones siguientes de 2018, lo que habría significado su último mandato, pero en 2020 la Asamblea Federal de Rusia, donde su partido Rusia Unida ostentaba una amplísima mayoría en las dos cámaras (Duma Estatal y Consejo de la Federación), aprobó unas enmiendas constitucionales que le permitían presentarse por otros dos mandatos más.
El canciller alemán Olaf Scholz definió esa fecha como un Zeitenwende, un punto de inflexión histórico.
Deberíamos decirlo, afirmaba: «La gente discrepa, a menudo con vehemencia, sobre qué constituye el fascismo.
Sin embargo, la actual Rusia cumple la mayoría de los criterios que tienden a aplicar los académicos.
[61] Lo primero que hizo Orbán fue modificar la Constitución, aprovechando que contaba con la mayoría cualificada requerida de dos tercios de los diputados del parlamento (esa abrumadora mayoría la había conseguido gracias al sistema electoral mayoritario establecido en el país ya que el Fidesz en realidad no había superado el 53% de los votos).
[62] Uno de los cambios introducidos en la Constitución fue un nuevo sistema para elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional (el mecanismo multipartidista establecido hasta entonces fue sustituido por otro que le permitía al Fidesz usar la mayoría cualificada para nombrar a los jueces de manera unilateral y además se amplió su número de once a quince miembros, y los cuatro nuevos fueron ocupados por candidatos afines al Fidesz).
Tras estas medidas el poder judicial en Hungría pasó a estar controlado por Orbán.
[64] Además se creó un Consejo Mediático, copado por los partidarios del Fidesz, para que se ocupara del cumplimiento de las leyes y regulaciones establecidas —una de las leyes aprobadas prohibía el periodismo «insultante» o contrario a la «moralidad pública»—.
[68] En conclusión, según Levitsky y Ziblatt, «Viktor Orbán logró un hazaña extraordinaria: no solamente hundió una democracia plena, sino que lo hizo de modo casi completamente legal.
[69] «Hungría siguió perteneciendo a la Unión Europea, pero dejó de ser una democracia», ha señalado el historiador británico Timothy Garton Ash.