Por otra parte, es importante señalar una circunstancia definitoria en cuanto al cronotopo del género: la novela epistolar es, en términos de la retórica antigua, un sermo absentis ad absentem, es decir, una comunicación diferida tanto en el tiempo como en el espacio.
Por otra parte, no son estrictamente hablando novelas epistolares los epistolarios que se utilizan como pretexto para un discurso ensayístico-didáctico o lírico.
En el primer caso se encuentran Séneca (Epistulae morales ad Lucilium) y en el segundo Ovidio (Heroides) u Horacio (Epistulae), aunque Horacio se incorpora al primer grupo con su Epistula ad Pisones o Arte poética, que es en realidad un tratado de intención didáctica.
Desde la época clásica grecorromana se han transmitido colecciones de cartas en prosa o en verso.
Durante el siglo XVIII, la novela epistolar se hizo popular en la cultura anglosajona con dos obras del moralizante Samuel Richardson Pamela o la virtud recompensada (1740) y Clarissa (1748).
Desde Inglaterra, pero también con raíces autóctonas, se extendió al continente europeo, compitiendo en la cultura francesa con la Julia, o la nueva Eloísa (1761) del suizo Jean-Jacques Rousseau, pretexto para que el autor exponga sus ideas sobre el matrimonio y la educación.
El género alcanzó incluso a la novela gótica con los populares Frankenstein (1818) de la inglesa Mary Shelley y Drácula (1897) del irlandés Bram Stoker.
La novela epistolar es un recurso narrativo que permite cierto análisis psicológico, por lo que fue utilizado a veces por los narradores románticos, como Las penas del joven Werther (1774) de Goethe o Lady Susan (última década del siglo XVIII) de Jane Austen.
Las nuevas tecnologían han propiciado que se hayan escrito novelas basadas en el intercambio de correos electrónicos.