La ebanistería se distingue de la carpintería en que produce muebles más elaborados, generando nuevas técnicas y complementándolas con otras para la manufactura de algunas piezas, tales como la marquetería, la talla, el torneado y la taracea, entre otras técnicas.
Este es el oficio que acompaña el proceso de diseño del mobiliario, ya sea comercial o doméstico.
El vocablo «ebanista» apareció en Francia durante el siglo XVII, donde el ébéniste se diferenciaba del menuisier o carpintero.
[1] Las maderas que emplea el ebanista son las llamadas finas o preciosas,[2] exóticas e indígenas por punto general.
En el primer caso, se dice que los muebles son macizos y, en el segundo, chapeados.
Proliferaron los arcones, que servían para guardar ropa y, a la vez, como asiento.
Las camas ganaron en altura y se aislaron del suelo, a menudo decoradas con baldaquinos con cortinas.
En el siglo XVI, la ebanistería incorporaba materiales preciosos como el marfil y la madreperla, apliques en hueso, pinturas al temple con motivos heráldicos o alegóricos, relieves con panes dorados y plateados, etc.
En el Cinquecento predominó el entallado, con mesas y sillas en forma de X, como la sella curulis romana.
Esta técnica se difundió gracias al aumento del comercio transoceánico, que permitió la llegada de maderas exóticas, como el amaranto, la caoba, el sicomoro, etc.
En España surgió el bargueño, cofre rectangular con asas, con numerosos cajones y compartimentos.
Aun así, predominó la austeridad de signo contrarreformista, como se denota en el sillón llamado frailero (o misional en Hispanoamérica).
Igualmente, en esa época aparecieron numerosos tratados que abordaban la ebanistería tanto en su aspecto técnico como teórico y de diseño, como el de André-Jacob Roubo, L'art du menuisier en meubles (París, 1774).
[7] Destacó especialmente la obra de Thomas Chippendale, que dio origen al llamado «estilo Chippendale» (segunda mitad del siglo XVIII), caracterizado por el eclecticismo, con mezcla de elementos góticos, rococó, palladianos y chinescos.
El neoclasicismo supuso el retorno a formas más clásicas, representado principalmente por Robert Adam, que diseñó interiores inspirados en la tradición grecorromana, con cierto aire arqueológico, como en Syon House (Middlesex, 1762) y Home House (Portman Square, Londres, 1777).
Las sillas tenían el respaldo tapizado y en forma de S (en crosse), con las patas traseras curvadas «en sable».
Así, es frecuente la decoración con animales exóticos, esfinges, palmas, hojas de loto, etc.
A mediados del siglo XIX tuvo especial relevancia el movimiento inglés Arts & Crafts (Artes y Oficios), promovido por John Ruskin y William Morris, que defendía una revalorización del trabajo artesanal y propugnaba el retorno a las formas tradicionales de fabricación, estipulando que el arte debe ser tan útil como bello.
En 1857, Morris amuebló su propia casa (Red House, Bexley Heath, Kent), en un estilo austero, primitivista, remarcando el carácter práctico y sencillo de las obras.
[10] A finales del siglo XIX, la llegada del modernismo (llamado Art Nouveau en Francia, Modern Style en Reino Unido, Jugendstil en Alemania, Sezession en Austria, Liberty en Italia, etc.) supuso una gran revolución tanto en la ebanistería como en todas las artes aplicadas e industriales, destacando el diseño como factor dinamizador de un concepto más abierto de la relación entre los diversos elementos decorativos y su espacio circundante: así, los arquitectos modernistas diseñaban de forma conjunta tanto el espacio arquitectónico como todo su continente, en el que la ebanistería tuvo un papel relevante en el diseño de interiores.
Otros exponentes fueron Jacques Émile Ruhlmann, Eileen Gray, Jean Dunand y Pierre Chareau.
Esta institución pretendía romper las barreras entre arte y artesanía, con una clara apuesta por la producción industrial.