También se utilizan los términos Holocausto asiático[2] o atrocidades de guerra japonesas[3][4] para referirse a estos hechos.
Una pequeña minoría de personal en todo país asiático y del Pacífico invadido u ocupado por Japón colaboraron con los militares japoneses, o incluso sirvieron en las fuerzas armadas japonesas, por una amplia variedad de razones, tales como privación económica, coerción o antipatía hacia otras potencias imperialistas.
Durante la denominada «Edad del Imperio» a fines del siglo XIX, Japón siguió el camino de las otras potencias mundiales para desarrollar un imperio, persiguiendo este objetivo de manera agresiva.
Esto permitió justificar la exigencia de obediencia incondicional al emperador y a sus representantes.
La victoria obtenida por el Japón en la Primera Guerra Sino-japonesa (1894-1895) significó su ascenso al rango de potencia militar mundial.
Según el historiador Yuki Tanaka, las tropas japoneses liberaron a 1790 prisioneros chinos sin sufrir daño durante la Primera Guerra Sino-Japonesa, una vez que firmaron un acuerdo de no tomar las armas nuevamente contra Japón.
Los errores percibidos como fracaso o una devoción insuficiente hacia el Emperador traían como consecuencia castigos, frecuentemente, de tipo físico.
Unidades militares japonesas especiales realizaron experimentos en civiles y prisioneros de guerra en China.
Las víctimas eran objeto de vivisección sin anestesia, amputaciones y fueron usadas para probar armas biológicas, entre otros experimentos.
Los experimentos llevados a cabo solo por el Escuadrón 731 ocasionaron tres mil muertes.
[41] También se ha reportado que las fuerzas imperiales japonesas utilizaron ampliamente la tortura en prisioneros, usualmente en un esfuerzo por conseguir información militar rápidamente.
En muchos casos, esto estuvo inspirado por los ataques siempre crecientes de los aliados a las líneas de suministro japonesas y a la muerte y la enfermedad del personal japonés como resultado del hambre; sin embargo, según el historiador Yuki Tanaka: «el canibalismo era a menudo una actividad sistemática conducida por escuadrones enteros y bajo la dirección de oficiales».
Yoshimi sostiene que existió una relación directa entre las instituciones imperiales, tales como la Kôa-in y las «estaciones de confort».
Otro fuente menciona que miembros del Tokeitai arrestaban mujeres en las calles y, tras realizarles exámenes médicos obligados, las ponían en burdeles.
[58] En otros casos, algunas víctimas procedentes de Timor Oriental testificaron que fueron forzadas cuando no tenían edad suficiente para empezar a menstruar y fueron repetidamente violadas por soldados japoneses.
[60] Ruff-O'Hearn afirmó que había sido violada «día y noche» durante tres meses por soldados japoneses, cuando tenía veintiún años de edad.
Mientras muchas fuentes sostienen que la mayoría de mujeres provenía de Japón; otras, incluyendo a Yoshimi, argumentan que doscientas mil mujeres,[62] en su mayoría de Corea y China y algunos otros países como Filipinas, Taiwán, Birmania, las Indias Orientales Neerlandesas, Holanda,[63] y Australia,[64] fueron forzadas a emprender tal actividad sexual.
Sterling y Peggy Seagrave, en su libro de 2003 Gold Warriors: America’s secret recovery of Yamashita's gold, informan que fueron creados depósitos secretos para los bienes saqueados en todo el Sureste Asiático por el ejército japonés en Filipinas durante 1942–1945.
Argumentan que el robo fue organizado a escala masiva, bien por gángsters de la Yakuza, como Yoshio Kodama, o bien por oficiales a la orden del emperador Hirohito, quien quería asegurar que la mayor cantidad posible de lo procedido por este medio se remitiera al gobierno.
[74] El gobierno japonés considera que las posiciones legales y morales con respecto a los crímenes de guerra están separadas.
Por ello, si bien se afirma que Japón no violó leyes o tratados internacionales, los gobiernos japoneses han reconocido oficialmente el sufrimiento que ha causado el ejército japonés y se han emitido numerosas disculpas.
Muchas personas ofendidas por los crímenes de guerra japoneses afirmaron que no se había emitido ninguna disculpa por actos particulares y que el gobierno japonés había expresado meramente «pesar» o «remordimiento».
En los países asiáticos involucrados, los reclamos para una compensación o bien fueron abandonados por sus respectivos países o bien fueron pagados por Japón bajo un entendimiento específico que debía ser usado para compensación individual; sin embargo, en algunos casos, como en Corea del Sur, el gobierno no pagó la compensación a las víctimas, sino que en lugar de ello, se usó el dinero para proyectos cívicos.
Debido a ello, gran número de víctimas individuales en Asia no recibió ninguna compensación.
Por consiguiente, la posición del gobierno japonés es que la vía adecuada para posteriores reclamos son los gobiernos de los respectivos demandantes.
Como resultado, ninguna demanda de compensación individual llevada a los tribunales japoneses ha tenido éxito.
Aunque esta organización fue instaurada por el gobierno, legalmente ha sido creada como si fuera una institución de caridad independiente.
Las actividades del fondo han sido controvertidas en Japón, así como para las organizaciones internacionales que apoyan a las mujeres afectadas.
Con el dinero que amasaron durante los años de colaboración, pudieron beneficiar a sus familias al poder solventar educación superior para sus familiares.
Se ha alegado que el gobierno japonés destruyó intencionalmente los informes sobre las mujeres de confort coreanas.