El nacionalismo japonés evolucionó a lo largo de los períodos Taishō y Shōwa para justificar un gobierno cada vez más autoritario y un expansionismo colonial en el extranjero, proporcionando una base política e ideológica para las acciones del ejército japonés en los años previos a la Segunda Guerra Mundial.
La Constitución Meiji de 1889 definió la lealtad al Estado como el deber más alto del ciudadano.
Si bien la constitución en sí contenía una mezcla de prácticas políticas occidentales e ideas políticas japonesas tradicionales, la filosofía del gobierno se centró cada vez más en promover la armonía social y un sentido de la singularidad del pueblo japonés (kokutai).
Es imposible entender el nacionalismo japonés sin tener en cuenta el rol de la religión sintoísta y su estrecha relación con el emperador de Japón, considerado divino por la doctrina religiosa del shinto y sobre todo por el denominado Sintoísmo estatal, desarrollado a finales del siglo XIX.
Durante la época feudal, la figura del emperador había tenido un rol secundario, estando el veredero poder político en manos del shogun y no fue hasta la Restauración Meiji que la monarquía se hizo con el poder político real.
Al desarrollar los conceptos modernos del sintoísmo estatal (国家神道, kokka shintō) y el culto al emperador, varios filósofos japoneses intentaron revivir o purificar las creencias nacionales (kokugaku) eliminando ideas extranjeras importadas, tomadas principalmente de la filosofía china.
Esto formó la base del sintoísmo estatal, ya que el emperador japonés afirmó ser descendiente directo de Amaterasu.
La palabra, que denota un código coherente de creencias y doctrinas sobre el camino correcto del samurái rara vez se encuentra en textos japoneses anteriores a la era Meiji, cuando finalmente se publicaron los once volúmenes del Hagakure de Yamamoto Tsunetomo.
Durante el periodo Showa el sistema educativo se impregnaba de ideología militarista radical, como apoyo al Estado militarizado preparando a sus futuros soldados.
Estos cursos culturales se complementaban con entrenamiento militar y de supervivencia ante una hipotética invasión.
En Corea y las provincias ocupadas en China el sistema educativo era distinto, pues a sus ciudadanos no se les consideraba súbditos japoneses de pleno derecho.
Tras la guerra ruso-japonesa, Japón comenzó a denominarse "Dai Nippon Teikoku", estableciéndose como un auténtico imperio que incluía Formosa (1895), la Península de Liaotung y Karafuto (1905), el Mandato sobre el Pacífico Sur (1918-1919) y la voluntad de controlar Corea.
La "Nueva Estructura" japonesa no dependía de un líder como Benito Mussolini en Italia o Adolf Hitler en Alemania.
Existe una posición de tipo "realista", que niega que la política fuera un factor influyente: El control real lo tenían los militares, tras los cuales se encontraba el Emperador y el Gobierno (tal y como ocurrió en Manchuria con el Emperador Kangde Puyi).
Mediante una compleja mezcla de ideas, doctrinas y acciones nacionalistas, las Fuerzas Imperiales japonesas encontraron apoyo nacionalista, político e ideológico para la lucha en el continente asiático y el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.
El milagro económico japonés ocurrido en la última mitad del siglo XX disipó el interés de sus ciudadanos por el nacionalismo.
En la actualidad, hay quien percibe que el nacionalismo japonés está volviendo a extender su influencia en la sociedad.
Algunos legisladores del Partido Liberal Democrático quieren revisar la Constitución, en especial su artículo 9, explicado más arriba.