Masacre de Manila

Los soldados y marinos japoneses atacaron a los refugiados filipinos que, desde el sur del río Pásig, huían sin control ante la inminencia de la batalla y que se colocaban además a tiro de la artillería aliada.

Atrás, en algunas zonas de la ciudad, en cierto momento los japoneses perdieron la cabeza al dirigir atrozmente sus ataques contra los propios civiles.

Tras haber tomado el barrio de España, los norteamericanos se ralentizaron por la creciente resistencia nipona, aumentada por un caos cada vez mayor.

La violencia y las matanzas comenzaron por los prisioneros políticos en Fuerte Santiago el mismo día de la liberación; además, siguió con asesinatos indiscriminados a lo largo del mes entero que tardó la ciudad en liberarse de los soldados japoneses.

Esto viene ligado a que gran parte de ella residía en la zona más afectada por las muertes, Malate, pero también porque muy pocos habían dejado la ciudad.

Del total de 50.000 filipinos civiles fallecidos, un buen número eran súbditos españoles, así como filipinos hispanos, tal y como indica la gran cantidad de relatos escritos en castellano por algunos supervivientes.

El cónsul español en Manila, Sr. Del Castaño pasaba por ser antiamericano y a su vez afecto a los japoneses, de manera que la actuación de Madrid quedó condicionada por ello.

En pocos días las atrocidades cometidas por Japón (país que, por ser del Eje, había contado hasta entonces con expresa simpatía del gobierno franquista de España) llegaron a la opinión pública.

UU. sugiere a Lequerica romper con Tokio, ya que desde Washington las ventajas sobre la contienda se consideran escasas y su propuesta es ignorarla.

Sin embargo, el camino hacia dicho enfrentamiento iba a ser más difícil de lo que se había augurado.