Campos de concentración franquistas

[8]​ Hay consenso entre los historiadores en afirmar, según testimonios de supervivientes, testigos y los propios informes oficiales franquistas, que las condiciones de internamiento «eran, en líneas generales, atroces».[10]​ Respecto a la oficialidad que administraba los campos, se ha destacado asimismo la corrupción generalizada imperante, que permitió el enriquecimiento de muchos militares y agravó el sufrimiento de los internados bajo su custodia.Francisco Franco fue informado inmediatamente de ello, mostrándose entusiasmado y ordenando la apertura de más campos para albergar a «elementos perturbadores» y emplearlos en trabajos públicos.La siguiente región en la que los rebeldes establecieron campos de concentración fue Canarias.[17]​ Por otra parte, diversos recintos, como los campos de Laredo, Castro Urdiales, Santander o El Dueso, fueron habilitados y gestionados inicialmente por batallones del Corpo di Truppe Volontarie de la Italia fascista.[21]​ Desde 1940 el supervisor de todos estos campos fue el general Camilo Alonso Vega.[23]​ Tampoco los funcionarios de alta instancia se mostraron muy contrarios a este clima de represión y venganza: El director general de Prisiones, Máximo Cuervo Radigales, y el jefe del Cuerpo Jurídico Militar, Lorenzo Martínez Fuset, contribuyeron en no poca medida a crear este clima represivo.Los pocos que se salvaron no pudieron regresar a España.Por otra parte, las autoridades franquistas también colaboraban con sus aliados nazis entregándoles a prisioneros checos, belgas o alemanes para acabar siendo fusilados o recluidos en cárceles y campos de concentración del III Reich,[19]​ donde pereció la mayor parte de ellos.[28]​ Esas entregas fueron ordenadas personalmente por Franco, vulnerando cualquier principio jurídico e incluso contra el criterio de sus propios funcionarios.Así, ante el posible traslado a la Alemania hitleriana de ocho brigadistas confinados en San Pedro, el responsable del Servicio Nacional de Política y Tratados cuestionó por escrito la extradición, oponiéndose a la misma.[43]​ «La suya fue una retención ilegal y una arbitraria represión extrajudicial», según el historiador Borja de Riquer.Los militares emplearon torturas y amenazas con el fin de captar confidentes entre los reclusos, e incluso muchos testimonios han denunciado que los propios sacerdotes ayudaban a los represores en esta labor, vulnerando el secreto de confesión para delatar e incriminar a personas desafectas.Los sacerdotes lanzaban amenazantes sermones a los prisioneros, resaltando su condición de «rojos» en las diversas clases patrióticas que impartían.Un bautizo o primera comunión eran celebrados como un gran triunfo que era comunicado al mismísimo Caudillo.[28]​ Como ha resumido el jesuita José Ángel Delgado Iribarren: «En esos campos se les sometía a un régimen de vigilancia y reeducación, con la esperanza de reincorporarles un día a la vida social.Los resultados sirvieron para dar legitimidad a las extravagantes teorías de Vallejo-Nájera, coincidentes con las teorías eugenésicas y racistas entonces en boga en determinados círculos académicos, y con los preceptos del nacionalsocialismo alemán.[64]​ Los internos de San Pedro también tuvieron que sufrir otras humillaciones.
Milicianos republicanos hechos prisioneros de los sublevados durante la Batalla de Guadarrama (1936).
Nave central del Valle de los Caídos, excavada en la piedra.