Martínez Barrio formó un gobierno que, aunque difería poco del anterior (no consiguió que se integraran en él los socialistas), incluyó a políticos moderados y dispuestos a llegar a algún tipo de acuerdo con los militares sublevados, como el líder del Partido Nacional Republicano Felipe Sánchez Román, que abandonó la coalición del Frente Popular cuando se integró en ella el Partido Comunista, o Justino de Azcárate.[4] El historiador británico Hugh Thomas (en una obra actualizada publicada en castellano en 1976) considera que "los medios constitucionales de oposición al alzamiento constituyeron un fracaso.[5] El historiador Julio Aróstegui (en una obra publicada en 2006) considera que el retraso del gobierno en entregar las armas a las organizaciones obreras fue clave para que la sublevación triunfara en determinadas ciudades como Sevilla, Granada o Ávila.En el momento decisivo estos políticos se negaron a apelar al pueblo... para la defensa armada de la República.Se negaron a entregar las armas de procedencia militar que las organizaciones del proletariado, partidos y sindicatos, reclamaban... e impidieron en muchos casos que los gobernadores civiles y otras autoridades subalternas se pusieran decididamente al frente de los movimientos defensivos populares.Madrid y Barcelona constituyen buenos ejemplos, aunque también Valencia, Jaén o San Sebastián".En forma alguna ocurrió lo contrario, como pretendieron siempre los sublevados y el régimen posterior.[13] Los comités que surgieron por todas partes eran autónomos y no reconocían límites a sus actuaciones.[20] "Quienes se quedaron en Madrid no pudieron interpretar estos hechos sino como una vergonzosa huida... sobre todo porque los madrileños fueron capaces de organizar su defensa.La actitud de los comunistas que buscan claramente su preeminencia política y militar, y su insistencia de llegar a una forma de unión orgánica entre ellos y los socialistas [algo que ya se había alcanzado en Cataluña con la formación del PSUC], la constante indisciplina de los anarcosindicalistas [que siguieron actuando autónomamente a pesar de estar integrados en el gobierno] y la propia ruptura permanente en el seno del socialismo, entre el ala moderada ["prietista"] que controla la ejecutiva del partido y el ala izquierda o caballerista, constituyen los extremos más relevantes que abocan a esas disensiones.El PCE empieza ya a criticar seria y públicamente al jefe del gobierno... Se critica duramente su política militar, su oposición al mando único en el Ejército, la supuesta postergación de los militares comunistas, su inclinación a los sindicatos»".Varios grupos anarquistas respondieron con las armas y el POUM se sumó a la lucha.También salió para Barcelona una delegación encabezada por dos de los cuatro ministros anarquistas, Joan García Oliver y Federica Montseny, y por el secretario del Comité Nacional de la CNT Mariano Rodríguez Vázquez, que nada más llegar hicieron un llamamiento a sus correligionarios en favor de un alto el fuego «por la unidad antifascista, por la unidad proletaria, por los que cayeron en la lucha».Al día siguiente el órgano de la CNT Solidaridad Obrera declaraba en su editorial: «Se ha constituido un gobierno contrarrevolucionario».Los sindicatos UGT y CNT no quisieron participar, aunque siguió abierta la posibilidad para que se integraran.Se trataba de restañar las heridas en el ánimo provocadas por la pérdida del Norte y demostrar la capacidad ofensiva del Ejército republicano, que se había ido configurando y perfeccionando lentamente a lo largo de 1937.Incorporó al gabinete a los dos sindicatos, UGT (con Ramón González Peña en Justicia) y CNT (con Segundo Blanco en Instrucción Pública), lo que supuso que el PCE se quedara con un solo ministro (Vicente Uribe en Agricultura) y que el peneuvista Manuel de Irujo fuera ministro sin cartera, al igual que José Giral, sustituido en el ministerio de Estado por el socialista Julio Álvarez del Vayo (Aiguader y Giner de los Ríos continuaron en Trabajo y Comunicaciones, respectivamente).En su intento de aparecer ante las potencias extranjeras con la situación interior controlada, Negrín inició gestiones infructuosas con la Santa Sede para restablecer relaciones diplomáticas y abrir las iglesias al culto».El dictador soviético accedió a enviar siete barcos con gran cantidad de armamento, pero solo dos llegaron a Burdeos con tiempo suficiente para fuera empleado en la campaña de Cataluña y finalmente no pudo ser utilizado por las dificultades que pusieron las autoridades francesas para que atravesara su territorio y por el rápido desmoronamiento del frente ante la ofensiva franquista.El gobierno británico puso en marcha la operación sin informar al embajador republicano en Londres Pablo de Azcárate (que cuando más tarde se enteró presentó una protesta formal por haber prestado un buque británico a un "emisario de las autoridades rebeldes españolas").Pocos días después, hizo saber a los embajadores francés y británico que estaba dispuesto a ordenar un cese inmediato de las hostilidades si su gobierno obtenía garantías de que no habría represalias.[68] "La intransigencia de Franco está muy directamente relacionada con la cultura militar con la que el general condujo la guerra en todo momento, tendente a la destrucción del adversario".[64] «La marcha a la zona centro-sur se decidió en una apresurada reunión del Consejo de Ministros en el consulado español en Toulouse.[73] Por otro lado la estrategia del bando franquista fue acentuar las diferencias entre los "negrinistas" y los "antinegrinistas" al insinuar de forma vaga e imprecisa que podría haber una negociación que pusiera fin a la guerra si Negrín y los comunistas desaparecían de la escena política republicana, y esas conversaciones se llevaban entre militares profesionales, al modo del abrazo de Vergara de 1839 que puso fin a la primera guerra carlista, una "oferta" que fue amplificada por la quinta columna especialmente en Madrid donde estaba muy bien organizada y donde había iniciado los contactos con militares y políticos republicanos "antinegrinistas".El coronel Casado les dijo a los miembros de la quinta columna "que todo estaba preparado para el asalto a los reductos comunistas al grito de ¡Viva España y muera Rusia!".Hugh Thomas ya señaló en 1976 la contradicción que él veía en fijar la sede del gobierno en un lugar tan alejado de Madrid, «si [Negrín] deseaba ganar la guerra».Las unidades militares controladas por los comunistas opusieron resistencia en Madrid y sus alrededores pero fueron derrotados (hubo cerca de 2000 muertos).Así pues, "Francia, políticamente muy dividida, tenía que actuar de acuerdo con las posiciones del Reino Unido.Hugh Thomas en su obra clásica sobre la guerra civil española cifró el número de brigadistas que combatieron en España en unos 40 000, muy lejos de los 100 000 que daba la propaganda franquista para hinchar la influencia del "comunismo internacional".También hubo un pequeño grupo de pilotos estadounidenses que formaron el Escuadrón Yankee, liderado por Bert Acosta.