La mujer en la alfarería comprende el conjunto de manifestaciones artesanales y estudios etnográficos que conforman tal actividad.
[2][3] La documentación recogida sobre el tema no permite asegurar que exista una diferencia de género en la producción hecha por mujeres, y por lo general su participación tanto conjunta como exclusiva, ha estado determinada por factores económicos, sociológicos y en algunos casos religiosos.
[11] En el continente americano, las tesis de Balfet se repiten en los estudios —también de 1965— del antropólogo Sigvald Linne, que otorgan a la mujer en los pueblos nativos la exclusiva del trabajo alfarero, exceptuando las Altas Culturas y los imperios precolombinos.
Y antes, unos grabados fechados en 1490 dejan referencia de mujeres torneando piezas en la Alemania del siglo XV.
Así, en Portugal, hay que citar los importantes centros alfareros de Gove (Baiao), Gondar (Amarante), Vila Seca (Vieira do Minho), Pinela (Trás-os-Montes) o Malhada Sorda en la región de Beira.
También habría que incluir los diferentes tipos de decoración (incisa, grabada o esgrafiada, etc) así como los bruñidos, engobes y esmaltados.
Piezas simbólicas o emblemáticas que marcaban los periodos vitales de la hembra, su infancia, su incorporación a las labores domésticas o a la escuela, el noviazgo y la boda, el embarazo y el parto.
[13] Aunque la lista de referencia sería interminable pueden anotarse aquí algunos ejemplos, como los que pueden encontrarse en:[41] Las culturas más primitivas y ancestrales del continente africano han guardado para los investigadores un tesoro documental vivo sobre la actividad de la mujer en el trabajo alfarero.
[49][50] Es decir, la primitiva alfarera que trabajaba el barro por necesidad se ha convertido en una artesana que al trabajar por afición introduce en este campo los imperativos de la producción artística: genio, placer y mercado.