El alfar queda datado en el primer cuarto del siglo xvii, y posiblemente perteneciente al Tribunal del Santo Oficio, en ese periodo instalado en dicho castillo.
Entre el abundante material hallado, se estudiaron unas trescientas piezas con traza de vidriado plumbífero y vidriado estannífero blanco decorado en verde y en azul, indistintamente.
[6] Desde la segunda mitad del siglo xx, la producción y la innovación han sido en cierto modo acaparadas por la figura del ceramista Pedro Mercedes, alfarero desde su infancia, y su hijo Tomás.
La historiadora y etnógrafa Natacha Seseña, en sus monografías y estudios dedicados a la alfarería local,[a] explica que, todavía en el siglo XX, la arcilla procedía de yacimientos en el propio término municipal y se trasportaba en caballerías a la casa-alfar de cada cantarera.
En 1967, una carga de treinta espuertas costaba ciento cincuenta pesetas.
[3] Especialmente valioso, en el aspecto etnográfico y comparativo con otros focos de alfarería hecha por mujeres, era el trabajo en los pequeños tornos, cuya altura de 40 cm.