Una vez modeladas y torneadas, las vasijas se secaban al sol o en cobertizos.
En el siglo XX la arcilla empezó a traerse de Barcelona, ya preparada.
La historiadora Natacha Seseña, en su manual clásico dedicado a la Cacharrería popular,[11] recopila algunas citas literarias sobre el puchero rojo o colorao de Alcorcón.
Por su parte, Avellaneda les dedicó estos versos También, en un romance satírico, Agustín Moreto juega con la expresión "hacer pucheros" (referida a los niños cuando van a empezar a llorar), con estos versos Otro ejemplo de ese doble sentido –citado asimismo por Seseña–, es un villancico anónimo del siglo XVI en el que se escuchan estos estribillos Con el paso de los siglos, la fama de los pucheros coloraos se hizo extensiva en los mercados populares a los botijos.
Así lo comenta el escritor Eugenio Noel en la primera mitad del siglo XX, en su relato Un toro de cabeza en Alcorcón: «Alcorcón no existiría, ni sus célebres botijos tampoco, si el río, al convertirse en arroyo, no hubiera previsto la necesidad de refrescar el agua».