Durante estos años se forjó un sistema político cuyos fundamentos han permanecido hasta hoy.
Tras su abdicación, el mando sobre los Países Bajos españoles pasó a su hijo Felipe II de España.
A continuación se desató la guerra de los Ochenta Años entre España y las regiones autoproclamadas protestantes.
La guerra, casi ininterrumpida, con España se terminó en 1648 con la Paz de Westfalia, que consolidó la separación entre norte y sur.
Al mismo tiempo, los británicos compensaron a los Países Bajos con estas ganancias territoriales por su ocupación de la Colonia del Cabo.
El rey estaba influido por las ideas conservadoras de la Restauración, que predominaba también en los gobernantes de la Confederación Germánica, en particular en sus parientes prusianos (su madre Federica Sofía Guillermina, que hasta su muerte en 1820 ejerció una gran influencia sobre él, era hermana del rey prusiano Federico Guillermo.
En artillería e ingeniería militar, para las que se necesitaba una educación especial, la proporción de oficiales belgas era aún menor.
Si Guillermo tenía al principio apoyos en Bélgica, estos provenían del sector moderadamente liberal orientado al desarrollo económico de la Valonia francobelga y de Amberes, ciudad a la que beneficiaba la reapertura a la navegación del Escalda.
Poco más tarde se desató en las Indias Orientales una rebelión que hizo padecer a la industria.
Al mismo tiempo se tomaron medidas draconianas contra la prensa y, tras un proceso muy polémico, los principales líderes de la oposición fueron expulsados del país, entre los que se encontraba Louis de Potter (que ya había sido condenado en 1828 a pasar dieciocho meses en prisión), François Tielemans y Adolf Bartels.
Esta revolución liberal tuvo mucho eco en Bélgica y enrareció más el ambiente.
Ya el día anterior, durante los fuegos artificiales en honor al rey se había anunciado: «Lundi, 23. août, feu d’artifice; mardi, 24. illumination, mercredi, 25.
El 27 de agosto se produjeron revueltas similares en Lieja, Verviers, Huy, Namur, Mons y Lovaina.
Las tropas permanecieron temporalmente en Vilvoorde y el príncipe Guillermo se reunió con la burguesía de Bruselas.
Este cuerpo se formó con el beneplácito del gobierno francés, que tenía en perspectiva una posible conexión entre Francia y Bélgica.
Los diputados se elegirían mediante sufragio censitario, que permitía votar solo al 2 % de la población.
Para atender a la preocupación por posibles ambiciones separatistas, el estado estaba organizado de forma muy centralista.
Después se le ofreció la corona al hijo del monarca francés Luis Felipe, pero esto resultaba inaceptable para Inglaterra.
El objetivo principal de los diplomáticos era sin embargo evitar una guerra en Europa a cualquier costo.
En los diarios se difundió la idea de que la derrota contra los rebeldes sureños era un deshonor nacional exigía un contraataque.
Por esa razón, a pesar de su situación incierta, no habían podido organizar un ejército regular potente.
En pocos días la milicia quedó derrotada y parecía que el joven Estado había perdido la guerra.
Un día más tarde, el mariscal Gérard se encaminó a Bélgica con una fuerza de cincuenta mil soldados.
La opinión pública francesa era favorable a esta asistencia, pues simpatizaba con la «revolución hermana» de sus vecinos francófonos.
Todos los habitantes de Bélgica y Holanda podrían decidir libremente qué ciudadanía adoptar.
Bajo la influencia del rey se mantuvo el unionismo entre liberales y católicos hasta 1839 e incluso durante algún tiempo más.
Como reflejo de la política lingüística y educativa del rey Guillermo I, la lengua flamenca había resultado favorecida.
En Flandes los estudiantes debían emplear el neerlandés en la escuela primaria, pero a partir de la secundaria la educación se daba en francés.
Así como Napoleón III intentó la anexión de Bélgica, en 1860 se produjo un acercamiento hacia los Países Bajos, e incluso el primer ministro rattachista Charles Rogier declaró que los antiguos Países Bajos debían volver a reunirse como confederación en dos regiones separadas.
Por esa razón adaptó el himno nacional, Brabançonne, cuyo texto atacaba al Príncipe de Orange.