Terminó ensalzando el valor de la libertad para que haya cultura y justicia.
Afirmó que «pocas veces en la historia de nuestro país nos hemos hallado ante una situación política clara y reflexiva como la de ahora, y, por otra parte, menos desgastada por la crítica, aunque pueda parecer excesiva esta reflexión.
Es evidente que este hecho debe incitarnos a continuar nuestra misión sin vacilaciones».
Conforme las iba leyendo, los premiados se acercaban a la mesa presidencial, estrechaban la mano del príncipe y recibían el diploma acreditativo.
El presidente era Pedro de Silva, presidente del Principado de Asturias, actuaba como secretario el jurista Rodrigo Uría, y lo completaban José Mario Armero, Eugenio Fontán, Domingo García-Sabell, Horacio Sáenz Guerrero, José Luis Sampedro, Ricardo Utrilla y Mario Bunge, ganador del premio el año anterior.
En Canadá, sin embargo, no tenía que emplear mucho tiempo por la mala calidad de la prensa.
Se daba la circunstancia de que Ortega había sido miembro del jurado en las dos ediciones anteriores.
Al igual que sucediera en la edición anterior, el jurado tuvo también en cuenta la candidatura del pintor Antonio López, pero Sempere se impuso finalmente.
El sociólogo y profesor de la Universidad Yale, Juan José Linz fue quien propuso la candidatura del antropólogo Julio Caro Baroja.
El jurado del Premio de las Letras fue presidido por tercera vez por Pedro Laín Entralgo.
Nuevamente se daba la circunstancia de que Rulfo había formado parte del jurado el año anterior.
Severo Ochoa presidió por tercera vez el jurado del Premio de Investigación Científica y Técnica.
Se incorporaron por primera vez Enrique Linés Escardó, Juan Oró y el ganador del año anterior, Manuel Ballester Boix.
Sin embargo, el premio fue a parar al matemático argentino de origen español Luis Santaló.
Desarrolló casi toda su labor investigadora y docente en Argentina, país cuya nacionalidad adoptó.
Finalmente, se impuso la candidatura del presidente de Colombia Belisario Betancur, que había sido impulsada por el panameño Arístides Royo.
También influyó su pasada actividad como embajador en España durante la Transición y la recepción que había tributado el año anterior al príncipe Felipe en su visita oficial a Cartagena de Indias.
Quizá por ello recibió una muy prolongada ovación, a la que correspondió saludando repetida y cortésmente al público.
Años más tarde, la periodista María Teresa Álvarez, que participó en la retransmisión televisiva del evento, recordó cómo le subyugó el contenido del discurso y la forma de su exposición.
Aprovechó la presencia del presidente Betancur para agradecerle personalmente el recibimiento de que fue objeto y expresó su deseo de volver a viajar a América en el futuro.