En 218 aC la República Romana decidió cortar los suministros y la ruta de retirada del ejército cartaginés.
Cneo Cornelio Escipión Calvo comandando 60 naves, 10.000 soldados y 700 jinetes, unos 30.000 hombres en total (equivalente a cuatro legiones) desembarcó en Emporion, factoría griega aliada de los romanos, y se dirigió por tierra siguiendo la vía Heraclea, hacia Cissa donde derrotó a las fuerzas cartaginesas y estableció una base militar, donde después se levantaría la Tarraco romana.
Después marchó hacia el Ebro, donde derrotó a los contingentes púnicos de Asdrúbal en una batalla naval en su desembocadura.
Poco después su hermano Publio, que había acudido con él como legado, marchó a la costa etrusca por mar cuando se enteró de que Aníbal había cruzado los Alpes, pero volvió a Hispania en 216.
En vez de la palabra rex (rey), tan desagradable para la mentalidad romana, Escipión creó el título de imperator (quien manda) para que fuera utilizado por los indígenas al referirse a él.
Durante los primeros años de su presencia, se habían exigido rehenes a los indígenas para asegurar su fidelidad.
En 206 aC caería la gran ciudad fenicia de Gadir y se completaba el dominio romano sobre las posesiones púnicas.
En 197 aC se decidió dividir el territorio ya incorporado a la República romana en dos provincias pretorianas.
Los primeros pretores que se hicieron cargo fueron Cayo Sempronio Tuditano en la Citerior y Marco Helvio Blasión en la Ulterior.
El Senado romano controlaba en última instancia la actuación del gobernador que, al final de su mandato, tenía que rendir cuentas ante los patres conscripti y podía ser sometido a un proceso criminal en caso de irregularidades en la gestión.
Al necesitarse más campesinos-soldados por las necesidades de la república, si desaparecían los campesinos libres, la existencia misma del ejército peligra, y esto fue solucionado por las reformas de Cayo Mario, que creó un ejército profesional a finales del siglo II a. C. y se asignó tierras a los veteranos.
A Roma le interesaba tener controlada la zona, puesto que ofrecía una gran rentabilidad en cuanto a los productos del campo y era la población autóctona la que explotaba este territorio, controlado por fortificaciones.
Además, la mayor parte del territorio fue declarado ager publicus, es decir, administrado directamente por la República romana.
Otra teoría defiende que la revuelta fue originada quizás por la imposición de un tributo regular anual.
La actual Cataluña estaba incluida en la Hispania Citerior, gobernada por pretores, con el centro político y administrativo en Tarraco.
Hispania ofrecía unas condiciones favorables para trabajar el campo en sus fértiles tierras de los valles del Ebro y el Guadalquivir, un panorama político más tranquilo que en tiempos anteriores y una gran riqueza mineral, que propiciaron el inicio y desarrollo de un vasto proyecto colonizador[4] estimulado con las leyes agrarias promulgadas en Roma durante la primera mitad del siglo que repartieron lotes de tierra, la ager assignatus que casi siempre provenía de la ager publicus (tierra estatal conquistada), entre los veteranos italianos, no hay ninguna prueba al respeto que constituían la capa dirigente de las nuevas ciudades.
Durante el primer triunvirato (Julio César, Marco Licinio Craso y Cneo Pompeyo Magno) las provincias hispánicas fueron asignadas a este último, pero muchos pueblos norteños del este peninsular abrazaron la causa de Quinto Sertorio, contrario a Pompeyo, que en 77 aC fue enviado a la Citerior y enseguida se hizo con la costa entre los Pirineos y la desembocadura del Llobregat.
Pompeo concedió la ciudadanía romana a muchos indígenas afectos y tuvo que fundar núcleos de población como Gerunda e Iluro, con objeto de asentarlos, junto con los veteranos que lucharon a su lado.
Para mantener el orden militar, en un principio en la Tarraconensis había tres legiones pero en 74, en época de Vespasiano sólo se mantenía la Legio VII Gemina, que se quedaría hasta el fin del Imperio.
Se acontecía ciudadano por nacimiento, por haber servido en tropas auxiliares, por ser uno esclavo manumitit (liberado) o bien por libre decisión del poder imperial.
Los ciues romani se dividían en órdenes con diferentes derechos y obligaciones, marcadas por la acumulación de capital en tierras, que posibilitan la rápida ascensión hacia estratos superiores.
La plebs rustica, la población que habitaba el campo, se dividía en esclavos, libertos e ingenuos (personas nacidas libres).
Caracalla, en el año 212 proclamó la Constitución Antoniniana, otorgó la ciudadanía a todos los habitantes libres del imperio (los esclavos quedaron excluidos).
Sin embargo, el poder del emperador empezaba a ser considerado como divino.
Así los grandes propietarios se aseguraban que los colonos pagaran y no escaparan de sus tierras.
Otro fenómeno que empieza a tener efectos en la Tarraconense es la aparición de las primeras comunidades cristianas en este siglo III.
Esta zona irredenta abrazaba toda la Galia y parte de Britania, Germania e Hispania.
Los visigodos entraron en la Península en 415 pero sus costumbres ya estaban fuertemente romanizadas y por lo tanto respetaron las tradiciones locales excepto la religión, puesto que impusieron el arrianismo.