Pintura mitológica

Con la cristianización del Imperio romano en el siglo IV la religión clásica (denominada a partir de entonces como "paganismo") se abandona, pero no se olvida: sobrevive en muchos aspectos de la religiosidad popular, sus textos se copian en los scriptoria monásticos y sigue siendo una de las fuentes que nutren la producción intelectual y artística, aunque subordinada a la Biblia y las nuevas convenciones iconográficas.

El prolífico Tiziano es posiblemente el maestro con más amplia producción mitológica: Amor sacro y amor profano (1514), El culto de Venus (1516-1518), Baco y Ariadna (1520-1523), La Bacanal (1523-1526), Dánae recibiendo la lluvia de oro (1553-1554).

La difusión del Renacimiento por toda Europa fue también la de los temas mitológicos, visibles en Alberto Durero, Jan Gossaert, Jan van Scorel, Adam Elsheimer o Karel van Mander ("el Vasari del Norte"); llegando a su culminación en el barroco flamenco de Peter Paul Rubens o Jacob Jordaens.

Los grandes maestros holandeses no fueron tan destacados en este género, siendo sólo tratado por los representantes menores de esta escuela.

En la escuela española, en cambio, las mitologías son raras hasta la llegada de El Greco (Laocoonte, 1610); y tuvo que ser Rubens quien animara a Velázquez a emprender su fructífera incursión en el género, que se realizó con criterios originalísimos (Los borrachos, La fragua de Vulcano, 1630, Venus del espejo, ca.

En la pintura inglesa del XIX el género fue tratado por Walter Crane (La caja de Pandora, Belerofonte y Pegaso[11]​) y algunos prerrafaelitas, como Dante Gabriel Rossetti, John William Waterhouse o Edward Burne-Jones.

Los simbolistas franceses fueron particularmente propicios a temas mitológicos, como Odilon Redon (Nacimiento de Venus, ca.