En esta obra la nereida Galatea, que ocupa el centro de la composición, representa el triunfo del amor platónico frente al amor carnal, del que se ve rodeada, con numerosos tritones, nereidas y otras criaturas marinas que, víctimas de los disparos de varios cupidos celestes, se ven arrebatados al goce sensual en movimientos muy dinámicos y contrapuestos.
Galatea adopta una pose serpentinata y destaca su cabellera rubia ondeando al viento y su manto rojo pompeyano, tonalidad que vincula esta obra con la pintura de la antigüedad.
Asimismo, cabe resaltar su serenidad, con una mirada hacia la esquina izquierda donde aparece el único cupido (de los varios que lanzan sus flechas de amor en el cielo) que, tranquilo, reserva sus dardos para la mejor ocasión.
Anchuroso manto agitado por la brisa envuelve la mitad inferior del cuerpo de la nereida dejando visible su hermoso torso, que inclina ella graciosamente mientras vuelve la cabeza elevando la mirada al cielo para contemplar unos amorcillos juguetones que le disparan afiladas flechas.
Conociendo lo mucho que podía en este sentido «el príncipe de los pintores», se puede considerar una obra maestra.