[4] Siendo muy joven tuvo que abandonar la instrucción reglada en la escuela para trabajar junto a su padre, aunque continuó recibiendo clases fuera de hora,[5] y tomó su primer contacto con la política activa mediante su asociación al marqués de Camachos, quien dirigía la delegación murciana del Partido Progresista del regente Baldomero Espartero.
[6] Su triunfo se tornó estéril, sin embargo, cuando Murcia terminó por capitular en vista de que la sublevación moderada había tenido mejor fortuna en el resto del país.
[4] Ese mismo año contrajo nupcias con su prima María Dolores Arce Tomás, con la que tendría cuatro hijas y dos hijos varones, y se mudó a la vivienda de sus suegros en el Huerto de San Blas.
[4] La revolución que dio paso al Bienio Progresista reportó a Camachos la presidencia de la Diputación Provincial, y aunque sus colaboradores fueron recompensados con empleos en el Ayuntamiento, los campesinos vieron desatendidas las promesas que habían recabado a cambio de su cooperación en la revuelta.
Decepcionado, él y sus partidarios de la huerta buscaron amparo en el Partido Democrático, virando sucesivamente hacia las corrientes de la formación más escoradas a la izquierda: republicanismo ante monarquismo, republicanismo federal ante unitario, y, por último, federalismo «intransigente» frente a «benévolo».
Empero, el gobernador civil Juan José Norato era conocedor de los complots que se estaban urdiendo en su jurisdicción, y se esforzaba en atraerse a los jefes de los dos batallones no dependientes del torreagüereño.
En 1872 se decretó una quinta para mantener las posesiones coloniales de un Imperio español en decadencia y para luchar, también, en las Guerras Carlistas.
Gálvez acaudilló una nueva revolución en aquel entonces, apoyado por unas clases populares que ansiaban la supresión de dichas quintas.
No obstante, su rebeldía había puesto ya las bases para crear su aureola de héroe.
[22] La guerra carlista, el desasosiego colonial de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y los levantamientos republicanos junto a la inestabilidad gubernamental llevaron al rey Amadeo I a abdicar en febrero de 1873.
Se publicó el ansiado fin del servicio militar obligatorio y Amadeo I hizo solemne su renuncia al trono.
[23] A pesar de su fuerza aparente en las Cortes y en la calle, el republicanismo era minoritario entre los españoles.
Tras los sucesos de Cartagena, en donde Antonete consiguió que la marinería se uniera a la causa, varias capitales de provincia y otras poblaciones menores se constituyeron en cantón, tales como Valencia, Málaga o Motril.
El gobierno republicano consiguió reprimir la insurrección en toda España salvo en la Región de Murcia, donde los rebeldes contaban con mayor implantación.
La ciudad quedó prácticamente deshecha y la escasez de alimentos se hizo insoportable.
El 11 de enero comenzó la rendición: las fuerzas que sitiaban la ciudad entraron y se dio por terminada la Rebelión cantonal.
Sin embargo, regresó a su tierra un año después para luchar contra la epidemia de cólera que estaba asolando la región.
Su esposo, perseguido y condenado a muerte, la acompañó hasta el último momento.
Los acontecimientos protagonizados por Antonio Gálvez causaron un gran impacto en la sociedad murciana contemporánea y aún la temporalmente posterior.
Así, si para 1981 el escritor y periodista Antonio Pérez Crespo lo describía como «una especie de Emiliano Zapata de la huerta»,[31] cinco años después el dramaturgo y director del Teatro Romea Lorenzo Piriz-Carbonell le dedicaba la obra teatral Vivir para siempre vivir; Antonete Gálvez, en la que según el profesor de teatro Mariano de Paco Serrano «ha sabido llegar al célebre personaje del Cantón [...] desde una perspectiva actual y ha encontrado en él valores que exceden con mucho lo puramente localista».
[33] Desde principios del siglo XXI, círculos próximos al nacionalismo han empezado además a considerarle el «Padre de la Patria Murciana».