El Sitio de Cartagena hace referencia a las operaciones militares que tuvieron lugar en esta ciudad entre las fuerzas cantonalistas y las tropas gubernamentales, durante el trasfondo de la rebelión cantonal.
Su caída significó el punto final de este acontecimiento que agitó tan profundamente a la Primera República Española durante su corta existencia.
La teoría política en que se basó el movimiento cantonal fue el federalismo pactista de Francisco Pi y Margall contra cuyo gobierno se alzaron, paradójicamente, los republicanos federales «intransigentes».
[2] Ciertamente, la ciudad entera está amurallada y hay baterías de defensa en las colinas circundantes.
El general Martínez Campos, jefe del ejército que desde el 15 de agosto tenía cercada por tierra Cartagena, se opuso enérgicamente a las mismas porque como había afirmado en un informe anterior enviado al gobierno, éste «no debe admitir transacción, ni indultar, [sino] ahogar con la sangre de las cabezas esta revolución bastarda».
«El resultado del combate naval fue indeciso y las consecuencias no modificaron la proporción entre ambas escuadras».
Lo único positivo era que se contaba con existencias suficientes de sardinas saladas y bacalao para mantener muchos meses el sitio.
Dos días después el gobierno ordena al general López Domínguez que sus cañones sólo lancen proyectiles a los fuertes y que dejen de bombardear la zona urbana, alegando razones humanitarias.
Al abrirse la sesión intervino Nicolás Salmerón para anunciar que retiraba su apoyo a Castelar.
Le respondió Emilio Castelar haciendo un llamamiento al establecimiento de la «República posible» con todos los liberales, incluidos los conservadores, y abandonando la demagogia.
[17] La presidencia del Poder Ejecutivo de la República y del gobierno la asumió Francisco Serrano, duque de la Torre, quien se fijó como objetivo prioritario acabar con la rebelión cantonal y con la tercera guerra carlista.
Las tropas cantonales comandadas por «Antonete» Gálvez no pudieron impedir que las fuerzas del general López Domínguez, que personalmente negoció la rendición, se apoderaran del castillo hacia las 11 de la noche.
Aceptadas éstas el general López Domínguez entró en Cartagena ese día al frente de sus tropas.
Fue ascendido a teniente general y recibió la Cruz Laureada de San Fernando.
En esta época entablaría una extraña y entrañable amistad con Antonio Cánovas del Castillo, máximo responsable de la Restauración, quien consideraba a Gálvez un hombre sincero, honrado y valiente, aunque de ideas políticas exageradas.