Pacto de Ostende

Al mes siguiente la reina Isabel II, destituyó al general O'Donnell por considerar que había sido demasiado blando con los insurrectos, a pesar de que habían sido fusilados 66 de ellos, y nombró para sustituirle al general Narváez, líder del Partido Moderado.[1]​ Narváez adoptó de forma repentina inmediatamente una política autoritaria y represiva, lo que hizo imposible el turno en el poder con la Unión Liberal de O'Donnell, que entonces optó por hacer el «vacío en Palacio» –según la expresión del propio O'Donnell–, lo que significaba el retraimiento en el Senado, pero a lo que se negó en rotundo el líder unionista fue a pactar ninguna iniciativa con los progresistas con los que estaba "dolido por los acontecimientos del Cuartel de San Gil, en especial con Prim", líder del Partido Progresista y de la coalición de fuerzas que pretendía el derrocamiento de Isabel II.La ambigua redacción del primer punto permitía incorporar al mismo a otras personalidades y fuerzas políticas.[2]​ Según Josep Fontana, la aproximación del general Serrano "al grupo de progresistas y demócratas que habían negociado el Pacto de Ostende" se debió a que "estaba dolido por la ofensa que se le había hecho [el gobierno] al arrestarle [por haber encabezado un escrito a la reina en la que se pedía la reapertura de las Cortes] y le preocupaba además, como presidente del consejo de administración de Ferrocarriles del Norte, conseguir auxilios del gobierno para una empresa cuya cuenta general de explotación registró pérdidas en 1866 y 1867".[3]​ El fin del pacto era derrocar a la reina y a su régimen y el establecimiento de unos derechos fundamentales, entre los que destacan el sufragio universal, inspirado por los demócratas.
Juan Prim en 1869