Gregorio Suárez, Máximo Pérez, Francisco Caraballo, Nicasio Borges, todos hombres de prensa y dominando cada uno un departamento, hacían ilusoria la autoridad del poder central.
[6] Sea o no cierta la frase que se le atribuye de gobernar: "Con mi partido, y para mi partido",[8] es innegable que Lorenzo Batlle no supo o no pudo sustraerse de los exclusivismos de la época y que bajo su gobierno el Partido Blanco siguió siendo objeto de persecuciones, sobre todo en la campaña, donde los jefes políticos, los comandantes militares y los caudillos locales campeaban sin restricción por sus fueros, enarbolando la divisa roja (divisa del Partido Colorado).
[7] Una vez planteada la eventual contienda, los nacionalistas se dividieron en dos grandes tendencias, vinculándose con sendos caudillos, sobre quién sería la persona idónea para conducir la revuelta.
Una de ellas eligió al coronel Timoteo Aparicio, a quien apoyaba principalmente el elemento intelectualista y urbano del Partido Nacional.
Aparicio era partidario de una postura riesgosa y belicista, impulsando una inmediata invasión al país desde Argentina.
La otra gran facción estaba compuesta por los antiguos e históricos líderes blancos, así como de jóvenes tradicionalistas provenientes del medio rural, quienes encontraron en Anacleto Medina a su líder ideal para conducir la complicada y riesgosa empresa que estaban por iniciar.
Ese Comité, que estaba presidido por Eustaquio Tomé y del cual formaban parte Agustín de Vedia, Francisco García Cortinas, Darío Brito del Pino y Martín Aguirre, no tuvo mayor éxito en sus gestiones pues los hombres que, poseían más dinero negaron a contribuir.
En dicha acta se reconocían como jefe y segundo comandante del «Ejército de Reacción» a los coroneles Timoteo Aparicio e Inocencio Benítez.
Procuraron de inmediato unirse a Aparicio, cuyas fuerzas, entretanto, habían aumentado extraordinariamente.
Después de este combate Caraballo y Aparicio tuvieron una entrevista, junto a otros jefes, en la que intentaron un armisticio (“Ahora mismo me arranco esta divisa si es obstáculo para la unión”,[4] dijo el caudillo blanco a su adversario) que no pudo concretarse.
Ese mismo día el propio presidente Batlle hizo una salida al frente de 3.000 hombres y se libró, el llamado Combate de la Unión en el cual la contraofensiva del ejército sitiado terminó sin un vencedor claro.
Lo sorprendió allí, y esperaba destrozarlo al día siguiente, pues tenía fuerzas superiores.
(según Alfredo Castellanos fue "la más sangrienta de todas las pasadas y futuras guerras civiles").
Las presiones por la paz, encabezadas por comerciantes, hacendados y banqueros, comenzaron a mellar la voluntad del gobierno.
La paz que representaba una necesidad económica y social, se concretó poco tiempo después.
José Pedro Ramírez, Lino Herrosa y Carlos Genaro Reyles, en representación del gobierno, dialogaron con Ángel Muniz.
Más tarde, en Buenos Aires, Andrés Lamas negoció en nombre del gobierno —a través del ministro argentino de Relaciones Exteriores, Carlos Tejedor— con Cándido Juanicó, José Vázquez Sagastume, Estanislao Camino y Juan Salvañach.
Los llamados Gobiernos de Divisa, versiones primitivas de los actuales partidos Nacional y Colorado, cesaron por un tiempo la era homónima y abrió un sistema que demostró –al menos por un tiempo– cierta madurez política, ya que se dividió el poder entre las dos grandes corrientes tradicionales.
A su vez, los caudillos y demás habitantes del medio rural, pretendían por la vía armada integrarse como parte de un Uruguay que progresaba y desarrollaba rápidamente; ya que como consecuencia de ello, el país comenzaba un proceso de urbanización acelerada que polarizó a todo un país en dos grandes medios: el rural y el urbano, y en donde los líderes de ambos medios pretendían hacerse del poder ya que encarnaban dos visiones completamente opuestas del Uruguay.