La primera, usual en la historiografía liberal argentina tradicional y dada en la época por el diario mitrista La Nación, dice que Mitre y su grupo no tuvieron parte en la invasión de Flores.
Venancio Flores, que se había vinculado a Mitre por razones políticas y de negocios, tuvo una destacada actuación en dicha batalla, y utilizó ese prestigio para lograr el apoyo del gobierno argentino en su proyecto.
Este había decidido abandonar el aislacionismo de sus antecesores, Gaspar Rodríguez de Francia y Carlos Antonio López, estaba abocado a conformar el ejército más poderoso del área, y pretendía ventajas geopolíticas como la salida al mar, necesaria para su expansión económica.
Berro había designado como agente confidencial ante el gobierno argentino a su amigo Andrés Lamas, lo cual se demostraría un grave error.
Durante dos años el caudillo dio vueltas por la campaña, evitando combates frontales, ganando y perdiendo escaramuzas, pero sin tener ocasión a poner en riesgo la estabilidad del gobierno.
Esperaba su momento, y este se presentó sobre fines del mandato de Berro.
Los caudillos blancos no se movilizaron en defensa del presidente, precio que este pagó por su apasionado fusionismo.
El canciller Rufino de Elizalde no se mostró precisamente diplomático, y no sólo declaró que "el general Flores había prestado a la República [Argentina] los servicios más distinguidos" y que por lo tanto, "si tenía intención de ir a la República Oriental no le tocaba en ese caso al gobierno [argentino] indagarlo ni impedirlo", sino que, cuando el vapor argentino Salto fue apresado por el comandante oriental Erausquin con armas que evidentemente tenían como destinatario a Flores, el Gobierno Argentino exigió en tono de ultimátum la devolución de las armas y la destitución de Erausquin, a lo cual el gobierno de Berro tuvo que acceder.
ba la intervención masiva de tropas brasileñas que se produjo durante su mandato.
En tono amable, le aseguró la amistad del emperador y le dijo que portaba un pliego de reclamos en los cuales el presidente interino no debía apreciar intento alguno de coacción.
Saraiva no pretendía, en realidad, conseguir concesiones del gobierno oriental, sino, por el contrario, tener, en su negativa, el pretexto para la intervención armada, cuyo objetivo último era la reanexión del territorio al Imperio, o sea, la recreación de la Cisplatina.
El mariscal López, en cambio, advirtió a los gobiernos de Brasil y la Argentina que consideraría cualquier agresión al Uruguay "como atentatorio del equilibrio de los Estados del Plata".
Semejante ensañamiento contra un gobierno constitucional y en todo respetuoso de las leyes y los equilibrios por parte de poderes extranjeros sólo adquiere sentido (según la versión revisionista) si se considera esta guerra como preludio necesario a la agresión al Paraguay.