Lo sorprendió en el arroyo Solís Grande, y esperaba destrozarlo al día siguiente, pues tenía fuerzas superiores.
Pero Suárez, en una hazaña militar, escapo por la noche del cerco de sus enemigos, y ganó campo abierto para marchar hacia Montevideo.
El general Gregorio Suárez, asesto un duro golpe a la moral de fuerzas revolucionarias, que se venían considerando invictas, desde ese momento.
Era una tropa de gauchos, con los brazos y las piernas al descubierto, sostenían la melena con vinchas.
La infantería –ubicada en el centro- no alcanzaba los cuatrocientos hombres y estaba bajo las órdenes del general Basterrica.
Las fuerzas gubernistas se dispusieron de la siguiente forma: la derecha al mando del general Nicasio Borges, compuesta por las Divisiones de Salto, Paysandú, Tacuarembó y Maldonado, y la infantería, intercalada.
Los revolucionarios atacan duramente el flanco izquierdo contraatacándolos con toda la reserva del ejército.
En esas circunstancias, fuertes columnas de caballería blancas se lanzaron en furioso galope amenazando envolver la izquierda colorada.
El general no los vio venir, pues se le habían caído los palitos, y su ayudante, un muchacho llamado Juan Carlos Viana, le gritó: “¡Dispare, general, que el enemigo está encima!” Medina, que estaba con su secretario de toda la vida, Jerónimo Machado, otro anciano a la sazón, respondió: “¡El general Medina no dispara, jovencito!”[5] Mientras el general Medina, era abatido por las lanzas gubernistas, corrían la misma suerte, un buen número de otros jefes y oficiales junto a unos ochenta individuos de tropa, en su mayor número, tropa de infantería.