Archidiócesis de Tarragona

La sede de la archidiócesis se encuentra en la ciudad de Tarragona, en donde se halla la Catedral basílica de Santa Tecla y la residencia del arzobispo se encuentra en el Palacio Episcopal, situado al antiguo Capitolio romano, reconstruido en el siglo XIX..

La archidiócesis posee una gran riqueza arquitectónica en templos y santuarios, de los que varios han sido declarados monumento nacional, varios de ellos son basílicas menores.

Antiguamente, la Tarraconense también tenía autoridad metropolitana sobre las siguientes diócesis: Egara, Ampurias, Menorca, Mallorca, Ibiza, Valencia, Roda, Huesca, Zaragoza, Tarazona, Calahorra, Diócesis de Pamplona, Oca, Segia, Alesanco, Elna y Barcelona.

Se supone que san Pablo dejó alguien al frente de la comunidad cristiana y, sus sucesores, con el tiempo, serían obispos.

La lista de los obispos de Tarragona, por tanto, empieza con san Fructuoso, pero se supone que hubo otros obispos anteriores, cuyos nombres se han perdido.

El obispo Himerio, por medio del sacerdote Basianus, solicitó al papa Damaso la elevación a sede arzobispal.

El sínodo solicitó entonces la autoridad del obispo de Roma para problemas relativos a los nombramientos episcopales, el papa Hilario convocó un concilio en 465, en el que se estableció que los obispos de la provincia debían recibir la aprobación del metropolitano Ascanio.

En 711 el obispo san Próspero y otros habitantes de la antigua Tarraco se refugiaron en las costas italianas.

Llevaron consigo las reliquias de santos que se conservaban en la sede y un antiguo libro litúrgico, el Oratorio visigótico tarraconense, que hoy se conserva en la Biblioteca Capitular de Verona.

Los obispos de Narbona y Barcelona presionaron para nombrarse metropolitanos, pero los diferentes papas no lo aceptaron.

Con todo, en 1091 el papa Urbano II restituyó la sede arzobispal con dignidad metropolitana en la persona de Berenguer Sunifred.

Tras la reconquista por los francos, la Marca Hispánica quedó asignada a la archidiócesis de Narbona, y Tarragona fue restaurada como diócesis.

El primer arzobispo que regresó a la ciudad fue Bernard Tort.

En 1671 se publicó otro libro litúrgico perteneciente a la archidiócesis, un ritual.

En 1813 las tropas de Napoleón saquearon el palacio arzobispal, destruyendo los archivos diocesanos y capitulares.

Tras la destrucción, en 1815 se empezó a construir el nuevo palacio arzobispal.

En 1936, durante la guerra civil española, fueron asesinados el obispo auxiliar Manuel Borràs, 136 sacerdotes de los 404 de la archidiócesis y otros tantos religiosos y laicos.

Cuando Toledo pasó a ser la capital del reino visigodo, la idea de estado centralizado de la época hizo que a Toledo se le reconociera la primacía.

El rey visigodo Gundemaro promovió la celebración de un sínodo que se desarrolló en Toledo y que designó a dicha ciudad como la metrópoli de toda la provincia cartaginense.

Sin embargo la importancia de Tarragona ya se había reflejado mucho antes.

En el Concilio de Nicea I (325) Tarragona ya es mencionada como metrópolis mucho antes que Toledo.

Del año 638 figuran unas actas del arzobispo Protasio firmadas con esta fórmula: In nomine Domini, ego Prothasius Sanctae primae sedis Tarraconensis Ecclesiae in merito Episcopus, in his constitutionibus a nobis editis subscripsi (En el nombre del Señor, yo Protasio por los méritos de obispo de la Santa primada sede de Tarragona, suscribo en estas Constituciones editadas por nosotros).

Poco después, el papa León XIII, cuando elevó la catedral de Tarragona a basílica, reconoció que Tarragona fue la sede principal del Imperio romano en la península ibérica, existiendo desde los primeros siglos de la fe cristiana la Iglesia patriarcal y primada de las Españas.

Basílica de María Santísima de la Esperanza Macarena, en Sevilla
Seminario arquidiocesano en Tarragona