La rebelión de Suniefredo contra el rey Égica estalló en la segunda mitad del año 692.
En el futuro ningún rebelde ni sus descendientes podría volver a desempeñar nunca un cargo palatino.
Los usurpadores fueron anatematizados en virtud del canon setenta y cinco del IV Concilio, y se declaró que quienes vulnerasen dicho canon serían anatematizados en el máximo grado.
Se permitió el impago de impuestos y el comercio a los judíos conversos.
El Concilio decidió que las resoluciones adoptadas debían ser comunicadas al clero en un plazo de seis meses.